Algunos conceptos de autonomia y libertad inspirados o vistos en el antiguo testamento, Porfavor!
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El Cristianismo no es una religión irracional. Por consiguiente, en contra de lo que muchos piensan equivocadamente, no existe oposición entre la Fe Cristiana y la razón humana. Todo lo contrario. Lo propio de la Fe Cristiana, es el lugar esencial que el elemento de la razón humana ocupa en ella. La Fe Cristiana, pues, es racional y autónoma. En lo genuino de ella no entran los ingredientes mágicos, ni voluntaristas ni heterónomos. Esto será lo que trataré de explicar.
La Fenomenología de la Religión, ciencia filosófica relativamente moderna, nos dice que el primer estadio del
hombre religioso y de una religión, lo constituye la experiencia mágica. En este nivel, los objetos comunes
adquieren una connotación religiosa, marcada por el poder sobrenatural que el hombre creyente le da. Basta entrar
en contacto con ellos, aunque sea sin querer, para quedar bendecidos o maldecidos por esa acción.
Evidentemente, la santería es una religión típicamente mágica. Resguardos, brujerías y males de ojos son los
elementos mágicos de esta religión. El Antiguo Testamento también nos presenta no pocas muestras de
expresiones mágicas, especialmente en los relatos de los Patriarcas y en textos anteriores a los Profetas y
Sapienciales. Así mismo, en expresiones religiosas católicas, pentecostalistas y del amplio mundo protestante
(ejemplo: lo diabólico), hallamos lo mágico. Concluyamos, lo mágico carece de lo racional o esto se encuentra muy
disminuido. Las explicaciones de lo religioso se caracterizan por ser explicaciones irracionales. Todo esto explica el
rechazo y la cruel crítica que la Ilustración hizo a la Fe Cristiana, la cual padecemos todavía. No fue a la auténtica
Fe Cristiana, sino a las frecuentes expresiones mágicas del cristianismo vivido hacia el cual dirigió sus dardos la
Ilustración. Sólo que los ilustrados pensaban que el cristianismo mágico era la Fe Cristiana. Por eso Voltaire
invitaba a combatir a “la infame”, que era la Iglesia, portadora, para él y para muchos, de oscurantismos
irracionales. Por eso, los ilustrados no proponían, como después lo hiciera Marx y otros políticos y filósofos no
marxistas, a acabar con la religión. Los ilustrados, en cambio, proponían una religión racional, aunque el camino
iniciado les salió muy mal, pues lo que surgió fue el deísmo. Ellos desconocieron el valor de la providencia divina y
de la redención. Pensaron, erróneamente, que estos aspectos esenciales de la Fe Cristiana anulaban o
empobrecían al hombre, a su razón y a su libertad.
Fe y Razón habían caminado juntas hasta el Renacimiento, preludio de la Ilustración. El divorcio comenzó con
aquel. La ilustración presentó a la Fe (en este caso cristiana, pues nació en campo cristiano) como contradictoria de
la razón. Para los ilustrados y racionalistas el binomio no es fe y razón, sino fe o razón, o razón contra la fe. En
nuestro pueblo sencillo, y no tan sencillo, encontramos en el substrato de su pensamiento esto último, cuando
atribuyen a la fe la ceguera que explica lo que la razón no puede explicar. La mayoría de las personas y de los
católicos ignoran lo que el Concilio Vaticano I (1870) expuso clarividentemente: la razón puede alcanzar por sí sola
las verdades de orden natural, y tiene límites para alcanzar otras verdades de orden sobrenatural, que sólo se
alcanzan con la revelación divina, contenida en las sagradas Escrituras y en la Tradición.
La constitución “Dei Filius” de este concilio aclara que entre la revelación y la razón no existe desacuerdo
alguno, pues Dios es autor de una y de otra. La fe, que es un don de Dios, es también un acto racional y libre.
Sin embargo, esto no era la primera vez que se decía en la Iglesia. Muchos Padres de la Iglesia, teólogos, con
Santo Tomás de Aquino a la cabeza, ya habían expuesto estas verdades. Este había sido el pensamiento oficial de
la Iglesia, aunque debemos reconocer, que el pensamiento vivido no fue así, como tampoco ahora lo es. Es
explicable la crítica que muchas veces se nos hace. La práctica de la auténtica fe cristiana es la que puede romper
confusiones y críticas.
Otro aspecto que deseo indicar con respecto a la racionalidad de la Fe Cristiana es el de la práctica moral. A lo
largo de estos veintiún siglos la interpretación cristiana de la moral se ha debatido entre el voluntarismo y la lectura
de los textos bíblicos a través de la mediación racional. En primer lugar, la praxis moral enseñada por Jesús de
Nazareth carece –gracias a Dios -, de elementos voluntaristas. La desautorización del legalismo fariseo es la
prueba más evidente de esto. La colocación del hombre como absoluto en el centro del mensaje jesuánico,
resaltado en la máxima de que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 27)
constituye la prueba más palmaria del no voluntarismo del Señor. Las invitaciones y no obligaciones a su
seguimiento corroboraran lo anterior.
La Fenomenología de la Religión, ciencia filosófica relativamente moderna, nos dice que el primer estadio del
hombre religioso y de una religión, lo constituye la experiencia mágica. En este nivel, los objetos comunes
adquieren una connotación religiosa, marcada por el poder sobrenatural que el hombre creyente le da. Basta entrar
en contacto con ellos, aunque sea sin querer, para quedar bendecidos o maldecidos por esa acción.
Evidentemente, la santería es una religión típicamente mágica. Resguardos, brujerías y males de ojos son los
elementos mágicos de esta religión. El Antiguo Testamento también nos presenta no pocas muestras de
expresiones mágicas, especialmente en los relatos de los Patriarcas y en textos anteriores a los Profetas y
Sapienciales. Así mismo, en expresiones religiosas católicas, pentecostalistas y del amplio mundo protestante
(ejemplo: lo diabólico), hallamos lo mágico. Concluyamos, lo mágico carece de lo racional o esto se encuentra muy
disminuido. Las explicaciones de lo religioso se caracterizan por ser explicaciones irracionales. Todo esto explica el
rechazo y la cruel crítica que la Ilustración hizo a la Fe Cristiana, la cual padecemos todavía. No fue a la auténtica
Fe Cristiana, sino a las frecuentes expresiones mágicas del cristianismo vivido hacia el cual dirigió sus dardos la
Ilustración. Sólo que los ilustrados pensaban que el cristianismo mágico era la Fe Cristiana. Por eso Voltaire
invitaba a combatir a “la infame”, que era la Iglesia, portadora, para él y para muchos, de oscurantismos
irracionales. Por eso, los ilustrados no proponían, como después lo hiciera Marx y otros políticos y filósofos no
marxistas, a acabar con la religión. Los ilustrados, en cambio, proponían una religión racional, aunque el camino
iniciado les salió muy mal, pues lo que surgió fue el deísmo. Ellos desconocieron el valor de la providencia divina y
de la redención. Pensaron, erróneamente, que estos aspectos esenciales de la Fe Cristiana anulaban o
empobrecían al hombre, a su razón y a su libertad.
Fe y Razón habían caminado juntas hasta el Renacimiento, preludio de la Ilustración. El divorcio comenzó con
aquel. La ilustración presentó a la Fe (en este caso cristiana, pues nació en campo cristiano) como contradictoria de
la razón. Para los ilustrados y racionalistas el binomio no es fe y razón, sino fe o razón, o razón contra la fe. En
nuestro pueblo sencillo, y no tan sencillo, encontramos en el substrato de su pensamiento esto último, cuando
atribuyen a la fe la ceguera que explica lo que la razón no puede explicar. La mayoría de las personas y de los
católicos ignoran lo que el Concilio Vaticano I (1870) expuso clarividentemente: la razón puede alcanzar por sí sola
las verdades de orden natural, y tiene límites para alcanzar otras verdades de orden sobrenatural, que sólo se
alcanzan con la revelación divina, contenida en las sagradas Escrituras y en la Tradición.
La constitución “Dei Filius” de este concilio aclara que entre la revelación y la razón no existe desacuerdo
alguno, pues Dios es autor de una y de otra. La fe, que es un don de Dios, es también un acto racional y libre.
Sin embargo, esto no era la primera vez que se decía en la Iglesia. Muchos Padres de la Iglesia, teólogos, con
Santo Tomás de Aquino a la cabeza, ya habían expuesto estas verdades. Este había sido el pensamiento oficial de
la Iglesia, aunque debemos reconocer, que el pensamiento vivido no fue así, como tampoco ahora lo es. Es
explicable la crítica que muchas veces se nos hace. La práctica de la auténtica fe cristiana es la que puede romper
confusiones y críticas.
Otro aspecto que deseo indicar con respecto a la racionalidad de la Fe Cristiana es el de la práctica moral. A lo
largo de estos veintiún siglos la interpretación cristiana de la moral se ha debatido entre el voluntarismo y la lectura
de los textos bíblicos a través de la mediación racional. En primer lugar, la praxis moral enseñada por Jesús de
Nazareth carece –gracias a Dios -, de elementos voluntaristas. La desautorización del legalismo fariseo es la
prueba más evidente de esto. La colocación del hombre como absoluto en el centro del mensaje jesuánico,
resaltado en la máxima de que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc. 2, 27)
constituye la prueba más palmaria del no voluntarismo del Señor. Las invitaciones y no obligaciones a su
seguimiento corroboraran lo anterior.
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