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Era su segundo día de clases en el "Jardín Arco Iris". Henry se sentó en el primer pupitre del salón, del lado de la ventana, como le recomendó su mamá.
"Buenos días niños" dijo alegremente la profesora Mily. "Hoy vamos a estudiar algunos animales. Comenzaremos con el asno, ese animal tan útil a la humanidad, fuerte, de largas orejas y..."
"Como Henry " la interrumpió una voz, salida de la parte de atrás del salón. Muchos niños comenzaron a reír ruidosamente y miraban a Henry.
"¿Quién dijo eso?" preguntó la profesora, aunque sabía bien quién lo había dicho.
"Fue Quique", dijo una niña señalando a su lado a un pequeñín pecoso de 5 años.
"Niños, niños", dijo Mily con voz enérgica y poniendo cara de enojo. "No deben burlarse de los demás. Eso no está bien y no lo voy a permitir en mi salón".
Todos guardaron silencio, pero algunas risitas se oyeron todavía en varias partes.
Un rato después una pelota de papel golpeó la cabeza de Henry. Al voltear no vio quién se la había lanzado y nuevamente algunos se reían de él. Decidió no hacer caso a las burlas y continuó mirando las láminas de animales que mostraba Mily. Estaba muy triste pero no lloró.
En el recreo Henry abrió su lonchera y comenzó a comerse el delicioso bocadillo de guayaba con yogur que su mamá le había metido. Dos niños que estaban cerca le gritaron: "orejón, oye orejón, no comas tanto que va a salirte cola como un asno" y echaron a reír. Otros niños a su alrededor lo miraron y tocando sus propias orejas, sonreían y murmuraban. Henry entendió por primera vez, que de verdad había nacido con sus orejas un poco mas grandes que las de los demás. "Como su abuelo Manuel" le había oído decir a su papá una vez, pero no entendió a que se refería. "Ahora sí lo sé", se dijo.
De pronto se escucharon gritos desde el salón de música, del cual salía mucho humo.
Henry se acercó y vió a varios niños encerrados sin poder salir, pues algún niño travieso había colocado un palo de escoba en los cerrojos. A través de los vidrios se veían los rostros de los pequeños llorando, gritando y muy asustados. Dentro algo se estaba quemando y las llamas crecían rápidamente. Los profesores estaban reunidos en la parte de atrás del colegio y no se habían dado cuenta del peligro y ninguno de los niños se atrevía a hacer nada.
Henry sin dudarlo un segundo, dejó su lunchera y corrió hacia la puerta del salón, y a pesar del humo y del calor que salía de ella, agarró la escoba que la trababa y la haló con fuerza.
Los niños salieron de prisa y todos se pusieron a salvo.
Henry quedó como un héroe. Los profesores que venían corriendo al sentir los ruidos, lo abrazaron y elogiaron su valor. Los niños que se habían burlado de él por sus orejas, estaban apenados.
En casa, Henry contó todo lo sucedido a su familia, por lo que todos estaban orgullosos de él. Al día siguiente, ningún niño se burló de Henry. Habían entendido que los defectos físicos eran sólo aparentes, pero en cambio el valor de Henry al salvar a sus compañeros era más valioso y digno de admirar.
"Buenos días niños" dijo alegremente la profesora Mily. "Hoy vamos a estudiar algunos animales. Comenzaremos con el asno, ese animal tan útil a la humanidad, fuerte, de largas orejas y..."
"Como Henry " la interrumpió una voz, salida de la parte de atrás del salón. Muchos niños comenzaron a reír ruidosamente y miraban a Henry.
"¿Quién dijo eso?" preguntó la profesora, aunque sabía bien quién lo había dicho.
"Fue Quique", dijo una niña señalando a su lado a un pequeñín pecoso de 5 años.
"Niños, niños", dijo Mily con voz enérgica y poniendo cara de enojo. "No deben burlarse de los demás. Eso no está bien y no lo voy a permitir en mi salón".
Todos guardaron silencio, pero algunas risitas se oyeron todavía en varias partes.
Un rato después una pelota de papel golpeó la cabeza de Henry. Al voltear no vio quién se la había lanzado y nuevamente algunos se reían de él. Decidió no hacer caso a las burlas y continuó mirando las láminas de animales que mostraba Mily. Estaba muy triste pero no lloró.
En el recreo Henry abrió su lonchera y comenzó a comerse el delicioso bocadillo de guayaba con yogur que su mamá le había metido. Dos niños que estaban cerca le gritaron: "orejón, oye orejón, no comas tanto que va a salirte cola como un asno" y echaron a reír. Otros niños a su alrededor lo miraron y tocando sus propias orejas, sonreían y murmuraban. Henry entendió por primera vez, que de verdad había nacido con sus orejas un poco mas grandes que las de los demás. "Como su abuelo Manuel" le había oído decir a su papá una vez, pero no entendió a que se refería. "Ahora sí lo sé", se dijo.
De pronto se escucharon gritos desde el salón de música, del cual salía mucho humo.
Henry se acercó y vió a varios niños encerrados sin poder salir, pues algún niño travieso había colocado un palo de escoba en los cerrojos. A través de los vidrios se veían los rostros de los pequeños llorando, gritando y muy asustados. Dentro algo se estaba quemando y las llamas crecían rápidamente. Los profesores estaban reunidos en la parte de atrás del colegio y no se habían dado cuenta del peligro y ninguno de los niños se atrevía a hacer nada.
Henry sin dudarlo un segundo, dejó su lunchera y corrió hacia la puerta del salón, y a pesar del humo y del calor que salía de ella, agarró la escoba que la trababa y la haló con fuerza.
Los niños salieron de prisa y todos se pusieron a salvo.
Henry quedó como un héroe. Los profesores que venían corriendo al sentir los ruidos, lo abrazaron y elogiaron su valor. Los niños que se habían burlado de él por sus orejas, estaban apenados.
En casa, Henry contó todo lo sucedido a su familia, por lo que todos estaban orgullosos de él. Al día siguiente, ningún niño se burló de Henry. Habían entendido que los defectos físicos eran sólo aparentes, pero en cambio el valor de Henry al salvar a sus compañeros era más valioso y digno de admirar.
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