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Respuesta:
Edad Media es un término utilizado para referirse a un periodo de la historia que
transcurrió desde la desintegración del Imperio romano de Occidente, en el siglo V,
hasta el siglo XV. El principal problema que nos encontramos a la hora de definir la
Historia de las Mujeres en la Edad Media, es su ausencia en las fuentes escritas, por lo
que no es fácil rastrear sus actividades diarias, sus posicionamientos o pensamientos
sino que lo poco que sabemos es a través de los escritos masculinos. Por eso hay que ser
cuidadosos a la hora de tener o no por válida la imagen que los clérigos, los únicos que
sabían escribir, dan sobre la mujer. A pesar de esta dificultad, hoy en día conocemos a
grandes figuras como Leonor de Aquitania, Juana de Arco o Christine de Pisan, así
como muchos elementos de su vida cotidiana: podemos conocer qué comían, a qué se
dedicaban, cómo cocinaban, qué vestían, etc.
Las opiniones de la mujer en la Edad Media van desde el desprecio hasta la
adoración, con gran cantidad de matices, pero, indudablemente, parece que en esta
época se la consideraba inferior al hombre, con dos excepciones, la religiosa, donde la
Virgen María cobra fuerza, y la caballeresca.
España comenzó el siglo VIII con tres religiones conviviendo: la judía, la
musulmana y la cristiana, que son, además, tres formas distintas de pensar, entender,
definir y construir a la mujer. Las diferencias de clase son claras.
La Iglesia tenía reservadas para la mujer dos imágenes que pretendía instaurar
como modelo en una sociedad cada vez más compleja, que había que dirigir con mano
de hierro si se quería controlar. La primera de ellas es la de Eva, que fue creada con la
costilla de Adán y fue la causante de la expulsión de ambos del Paraíso al comer la
manzana, símbolo de la tentación. La segunda es la de María, que representa, además
de la virginidad, la abnegación como madre y como esposa.
Había tres tipos de damas, las que querían escuchar el amor, las que se negaban
a escucharlo y las que sólo se dedicaban a lo sexual. La primera norma del amor, era la
generosidad, tanto moral como espiritual. El hombre no era celoso y no amaba.
También se podían querer sin casarse, pero se debía mantener en secreto. Más normas
amorosas se expresaban en las Cortes de Amor, que eran tribunales donde la relación de
una pareja se sometía a juicio. En estas audiencias las mujeres eran los jueces. De ahí
las canciones de amor de la lírica gallego-portuguesa que viene de Provenza. El
matrimonio, impuesto por las familias, sobre todo en las clases altas, y el amor van por
caminos diferentes. Aquí el hombre tiene a la mujer como objeto bello y deseado,
cuantos más trovadores le canten y la alaben, mejor, más valiosa es su posesión.
Ligado directamente a este aspecto, y teniendo en cuenta que la virtud más
importante para la mujer es la castidad, la cuestión de la sexualidad es ampliamente
tratada por el clero. Entorno a ella surgen distintos debates que siempre concluyen en el
mismo punto de exigencia para la mujer: despojar al acto sexual de todo goce y disfrute
para entenderlo como un deber conyugal, que tiene como objetivo la procreación. Es
por tanto, sólo posible dentro del matrimonio y con el esposo, no estando permitida para
la mujer, bajo pena de escarnio y muerte, las relaciones extramatrimoniales ni adúlteras.