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2.4.-SER POBRES DE ESPÍRITU ES SER COMO UN NIÑO PEQUEÑO
“Te enaltezco, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los
sabios y entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó”. (Mt,
11, 25-26)
“En aquel tiempo se acercaron los discípulos a Jesús, diciendo: ¿Quién es
el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en
medio de ellos, y dijo: De cierto os digo que, si no os convertís y os hacéis
como niños, no entraréis en el reino de los cielos.
Los niños pequeños son sencillos y no pueden hacer nada por sí solos.
Necesitan de sus padres para todo y a ellos se abandonan y se confían porque
sienten que no son nada, no saben nada y no pueden hacer nada por sí mismos,
pero viven tranquilos y en paz porque esperan recibirlo todo de sus pad res.
Jesús alaba su humildad, en contra de la aparente sabiduría, soberbia y prepotencia que
mostraban los fariseos y saduceos, hasta el punto de que Jesús llega a enfrentarse a ellos,
llamándoles guías ciegos, sepulcros blanqueados, raza de víboras, porque aparentaban lo
que eran, enseñaban y no practicaban.
En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras” (Is,
66,2)
2.5.-EL HOMBRE LIBRE: EL QUE NO TIENE NADA QUE PERDER.
Nuestro mundo busca la libertad, pero lo hace en la acumulación del tener y el poder, y
olvidando esta verdad esencial: sólo es verdaderamente libre aquel al que no le queda
nada que perder porque ya ha sido despojado, desprendido de todo; porque es libre de
todos y de todo, y de él se puede decir en verdad que «ha dejado la muerte atrás», pues
todo su «bien» está en Dios y únicamente en El. Soberanamente libre es el que no
ambiciona ni teme nada: no ambiciona nada porque cualquier bien realmente importante
lo obtiene de Dios; y no teme nada porque nada tiene que perder o defender, ya que no
posee enemigos ni se siente amenazado por nadie. Es el pobre de las Bienaventuranzas,
desprendido, humilde, misericordioso, manso, trabajador por la paz. En El primer círculo,
de Solzhenitsin, podemos encontrar
La pobreza espiritual, la absoluta dependencia de Dios y de Su misericordia, es la
condición para la libertad interior. Tenemos que hacernos como niños y «aceptar
esperarlo todo, absolutamente todo, del don del Padre, un instante tras otro». Ignoramos
lo que le espera a nuestro mundo en los próximos años, qué acontecimientos marcarán el
tercer milenio. Pero una cosa es segura: nunca hallarán desprevenidos a quienes hayan
sabido descubrir y desarrollar ese espacio inalienable de libertad que Dios ha depositado
en sus corazones al hacerlos hijos suyos. los sucesos de nuestra vida.
«—¿No te has preguntado nunca cuál de las cosas que vives es la que me causa mayor
alegría? — No —le digo a Jesús. Y El me responde: —Cuando con lúcida libertad
contestas que sí a las llamadas de Dios —y continúa diciéndome—: Recuerda esta frase
del Evangelio: La verdad os hará libres.