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cuando se habla de ciencia en el ámbito político, en cada ocasión los diversos responsables de conducir el país señalan, uno, que la ciencia es importante y, dos, que se van a invertir más recursos en ese rubro.
Lamentablemente ninguno de estos señalamientos son tomados con seriedad, pero las dos cosas suenan bien cuando los políticos las declaran. Desde hace muchos años me he preguntado por qué en nuestro país no se ejercen estrategias que nos permitirían cambiar con esa abulia hacia la actividad científica. No tengo la contestación, pero aquí me gustaría dar una serie de datos que muestran lo inadecuado de la situación imperante. Pero, antes de ofrecer los datos duros, quisiera compartir una reflexión. Para empezar es necesario definir qué es la ciencia. Si nos remontamos a un diccionario, nos dice que: Se denomina ciencia a un conjunto sistematizado de conocimientos adquiridos mediante un riguroso método. Como la ciencia la cultivan individuos que denominamos científicos, la función de éstos es generar conocimientos y esa es la única función del científico (claro, también da clases, forma nuevos científicos, etcétera). Ahora bien, el diccionario también señala algo importante con lo que estoy plenamente de acuerdo: En la actualidad, las inversiones en el mundo para lograr avances en las distintas disciplinas científicas resultan considerables. Esto se debe principalmente al afán de alcanzar conocimientos que redunden tanto en beneficios económicos como en mejoras para la calidad de vida de la gente. En este contexto, resulta de interés verificar la necesidad de apoyo financiero a la tarea de los científicos, en condiciones ideales desde el propio Estado, con la meta de alcanzar una optimización de la situación de toda la población.
Ahora bien, dado a que la ciencia genera conocimientos, éstos pueden ser usados y convertirse en desarrollos tecnológicos que generen bienes y servicios que pueden satisfacer necesidades de la población. De ahí que la ciencia y la tecnología están hermanadas y no deben vivir la una sin la otra. Pero aquí quisiera enfatizar algo que me parece esencial, si bien ciencia y tecnología deben estar indisolublemente relacionadas, es necesario entender que difícilmente puede desarrollarse tecnología (de punta) sin la ciencia, o sea, sin la generación de nuevos conocimientos. Por falta de espacio no puedo abundar más sobre este tema, porque quiero señalar cómo a lo largo de muchos años la política científica de este país ha estado equivocada o quizás, podríamos decir, mal orientada. Voy a usar los datos de 2013, porque estos son los últimos disponibles, pero no importa el año, lo que quiero señalar ha sido siempre igual, salvo por los montos.
El gobierno mexicano dice que en 2013 la inversión en ciencia, tecnología e innovación (esto último que no toco aquí es un problema que merece un artículo aparte) fue de 121 mil 307.9 millones de pesos y de ese gran total Conacyt recibió 27 mil 511 millones de pesos, o sea, 22.68 por ciento del Gasto Nacional en Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI). Ahora bien, ese 22.68 por ciento representa 100 por ciento del presupuesto del Conacyt y con eso apoya el Programa de Becas de Posgrado con 7 mil millones o 25.4 por ciento de su presupuesto, también sostiene a los 27 centros públicos de investigación con 9 mil 89 millones de pesos o 30 por ciento de su presupuesto, mantiene el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) con 3 mil 148 millones de pesos que es 11 por ciento del presupuesto total. Resulta pues que el Conacyt paga 36.8 por ciento de su presupuesto en sueldos a becarios e investigadores. Adicionalmente, el Conacyt emite varias convocatorias de apoyo económico tales como Estímulos a la Investigación, Desarrollo Tecnológico e Innovación, que recibió 2 mil 941 millones de pesos que representa 10.9 por ciento de su presupuesto y 2.43 por ciento del gasto federal.
Explicación:
espero y te sirva