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Desde su origen la historia tiene un sesgo localista que pugna con su vocación universalista (los ejemplos de Heródoto y Tucídides y su vinculación a su propia polis). El providencialismo medieval tiene siempre en mente la unidad del género humano y su común fin escatológico, pero ya Isidoro de Sevilla realiza una Historia Gothorum, y Beda el Venerable centra su historia en la isla británica. Con las crónicas medievales, que justificaban a las nacientes monarquías feudales, el objeto se va identificando con un espacio que en el final de la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna se concretará en los Estados-Nación que surgen al calor de las monarquías autoritarias de Europa Occidental. La Historia de España del Padre Mariana y la España Sagrada del Padre Flórez son los ejemplos más acabados.
La caída del Antiguo Régimen y la historiografía burguesa y nacionalista terminarán de perfilar el modelo de una historia al servicio de la construcción nacional, que en Francia particularmente estará gestionado desde una eficaz escuela pública (diseñada por el historiador Guizot). Józef Piłsudski decía que es el Estado el que hace la nación y no la nación el Estado. Esta concepción de la historia nacional no se desmontará hasta la renovación metodológica de mediados del siglo XX vinculada a la escuela de Annales y la historia de las civilizaciones de Fernand Braudel.
El primer historiador era Heródoto de Halicarnaso
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