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Los acueductos romanos fueron construidos por expertos romanos, con características propias, a lo largo de todo el Imperio romano. Su finalidad era transportar agua desde manantiales externos hasta las ciudades y pueblos. El agua de los acueductos se suministraba a diferentes lugares: termas, letrinas, fuentes, y hogares privados; también se empleaba para apoyar operaciones mineras, molinos de agua, granjas y jardines.
Los acueductos únicamente dejaban que el agua se moviera por gravedad, a lo largo de un ligero gradiente de descenso global en conductos de piedra, ladrillo u hormigón; cuanto más pronunciado era el gradiente, más rápido era el flujo. La mayoría de los conductos eran enterrados bajo tierra y seguían el contorno del terreno; esquivando los obstáculos o, con menos frecuencia, atravesando un túnel. Cuando se llegaba a los valles o las tierras bajas el conducto se llevaba sobre puentes o sus conducciones se conectaban a tuberías de plomo, de cerámica o de piedra de alta presión —conocían bien el principio de los vasos comunicantes y el golpe de ariete—. La mayoría de los sistemas de acueductos incluían depósitos de sedimentación, que ayudaban a reducir los residuos transportados en el agua, unas esclusas y castellum aquae —depósitos de distribución—, regulaban la distribución de agua en los destinos individuales. En las ciudades y pueblos, los aliviaderos de los acueductos iban a desagües y a las alcantarillas.
El primer acueducto de Roma se construyó en el año 312 a.C. y suministraba agua a una fuente del mercado de ganaderos de la ciudad. En el siglo III, la ciudad tenía once acueductos, manteniendo una población de más de un millón de habitantes con una economía extravagante; la mayor parte del agua se suministraba a los numerosos baños públicos de la ciudad. Ciudades y pueblos a lo largo del Imperio romano emularon este modelo y financiaron los acueductos como objetos de interés público y orgullo cívico, «un lujo costoso pero necesario al que todos querían y podían acceder».1
La mayoría de los acueductos romanos fueron fiables y duraderos; algunos se mantuvo hasta principios de la era moderna, y los hay que todavía están en uso. Los métodos de estudio y construcción de estas construcciones fueron tratados por Vitruvio en su obra De Architectura (siglo I a.C.). El general Sexto Julio Frontino da más detalles en su informe oficial sobre los problemas, usos y abusos del suministro público de agua en la Roma imperial. Algunos ejemplos notables de la arquitectura de acueductos incluyen los pilares de apoyo del Acueducto de Segovia, y las cisternas de alimentación para el acueducto de Constantinopla.
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