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es el segundo cuento del libro Bestiario de Julio Cortázar. Pertenece a la primera etapa literaria del escritor, la cual se caracteriza por un lenguaje limpio y de frases cortas, a diferencia de sus obras posteriores. En este cuento el protagonista - narrador vomita conejitos. Una chica llamada Andrée le prestó su apartamento mientras ella está en París.1Él le escribe una carta para contarle del extraño suceso que le ha ocurrido y de cómo piensa deshacerse de los conejos.
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El narrador y personaje principal le escribe una carta a una señorita llamada Andrée que se encuentra de visita en París mientras él cuida su apartamento de la calle Suipacha en Buenos Aires, al que describe al detalle en las primeras líneas. Todo en el apartamento está perfectamente ordenado, y el personaje siente vergüenza de mover incluso las piezas más pequeñas. El motivo de la carta, en cambio, se debe a un problema más bien «físico» que atraviesa el personaje: vomita conejitos. Este incidente, descrito con detalle y que podría parecer una extrañeza, es para él de lo más natural. Lo ha hecho por mucho tiempo en periodos regulares de varias semanas, por lo que ya está tan habituado que incluso tiene un espacio con alimentos para los conejitos en su balcón. Sin embargo, al mudarse comienza a vomitar conejitos cada uno o dos días. Pronto no sabe que hacer con ellos ni cómo ocultárselos a la mucama llamada Sara. Los encierra en el clóset del dormitorio durante el día y los deja salir durante la noche. Al principio son hermosos y tranquilos por lo cual es imposible matarlos, pero con el tiempo se convierten feos y rompen todo. Mientras solo fueron diez «tenía perfectamente resuelto el tema de los conejitos». Pero cuando el undécimo apareció, ya no pudo contener la situación.2 El narrador ha hecho todo lo posible por limpiar y reparar lo que los animales han roto, y le deja la carta en el apartamento para que no se pierda en el correo. Concluye con un «No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales».
Una carta es un medio de comunicación escrita por un remitente y enviado a un destinatario. Habitualmente, el nombre y la dirección del destinatario aparecen en el frente del sobre, el nombre y la dirección del remitente aparecen en el reverso del mismo (en el caso de sobres manuscritos) o en el anverso (en los sobres preimpresos). Existen cartas sin remitente, en las que no está anotada la dirección de quien envía la carta, bien por olvido o por omisión consciente del remitente. La carta puede ser un texto diferente para cada ocasión, ya que el mensaje es siempre distinto. En ese sentido, solo en parte puede considerarse texto plenamente expositivo o apelativo. Una carta puede ser formal o informal, en función de su público y su finalidad. Además de ser un medio de comunicación y un almacén de información, la escritura de cartas ha desempeñado un papel en la reproducción de la escritura como arte a lo largo de la historia.[1] Las cartas se envían desde la antigüedad y se mencionan en La Ilíada.[2] Los historiadores Heródoto y Tucídides mencionan y utilizan las cartas en sus escritos.[3] Al conjunto o intercambio de cartas que se envían y se reciben se le denomina correspondencia