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Un día un pequeño pez de oro cayó en la red de un pobre pescador. Y el pececillo dijo:
— Buen hombre, devuélveme al mar y te daré lo que me pidas.
Entonces el pescador le contó a su mujer lo sucedido, ella gritó:
— ¿Cómo es posible? Vivimos en la miseria y dejas que se te escape la fortuna de las
manos.
El pescador corrió a orillas del mar y llamó al pececillo:
— ¡Pez de oro, pez de oro…! Mi mujer quiere que nos saques de la miseria en que vivimos.
— Anda, ve a tu casa –dijo el pez-. Encontrarás comida en abundancia y una cabaña nueva.
Y así fue. A su vuelta, el pescador encontró una magnífica cabaña en la que no faltaba de nada.
Pero la mujer del pescador no se quedó satisfecha y, una y otra vez, ordenó a su marido que fuera a
pedir al pez de oro todo lo que ella deseaba: un palacio, lujosos vestidos… Y el pececillo siempre
atendía sus súplicas.
Un día, la codiciosa mujer deseó ser la reina de las aguas. Y el pescador tuvo que comunicar
al pez el nuevo capricho de su esposa.
— ¡Eso nunca! –dijo el pez de oro-. Es demasiado mala.
Y tras pronunciar estas palabras, el pez desapareció bajo las aguas.
Cuando el pescador volvió a su casa, encontró su cabaña de antaño y a su mujer vestida con
harapos. Otra vez volvían a vivir en la miseria.
El pescador cogió de nuevo su barca y se fue a pescar. Pero nunca cayó en su red aquel
pequeño y generoso pez de oro.
— Buen hombre, devuélveme al mar y te daré lo que me pidas.
Entonces el pescador le contó a su mujer lo sucedido, ella gritó:
— ¿Cómo es posible? Vivimos en la miseria y dejas que se te escape la fortuna de las
manos.
El pescador corrió a orillas del mar y llamó al pececillo:
— ¡Pez de oro, pez de oro…! Mi mujer quiere que nos saques de la miseria en que vivimos.
— Anda, ve a tu casa –dijo el pez-. Encontrarás comida en abundancia y una cabaña nueva.
Y así fue. A su vuelta, el pescador encontró una magnífica cabaña en la que no faltaba de nada.
Pero la mujer del pescador no se quedó satisfecha y, una y otra vez, ordenó a su marido que fuera a
pedir al pez de oro todo lo que ella deseaba: un palacio, lujosos vestidos… Y el pececillo siempre
atendía sus súplicas.
Un día, la codiciosa mujer deseó ser la reina de las aguas. Y el pescador tuvo que comunicar
al pez el nuevo capricho de su esposa.
— ¡Eso nunca! –dijo el pez de oro-. Es demasiado mala.
Y tras pronunciar estas palabras, el pez desapareció bajo las aguas.
Cuando el pescador volvió a su casa, encontró su cabaña de antaño y a su mujer vestida con
harapos. Otra vez volvían a vivir en la miseria.
El pescador cogió de nuevo su barca y se fue a pescar. Pero nunca cayó en su red aquel
pequeño y generoso pez de oro.
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