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Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo las plantas no daban flores en la primavera, solo daban el verde que cubría a la Patagonia y, además, los tehuelches vivían con los dioses en la naturaleza. En ese periodo, vivía una hermosa joven llamada Kospi, quién era admirada por todos por su gran belleza y sencillez; tenía los ojos grandes y dulces, una cabellera larga y negra digna de admiración y una sonrisa tímida, pero alegre.
Kospi tejía mantas y las pintaba como lo hacían todas las mujeres tehuelches. Un día, una gran tormenta azotó el campamento y la joven salió a la entrada del kau (toldo) de sus padres para ver la lluvia, fue entonces cuando Karut, el dios del trueno, la vio y quedó maravillado con su belleza. Se enamoró de ella instantáneamente, pero no pensó que ella podría amarlo de vuelta, él era tosco y bruto y ella delicada y hermosa; se sintió desolado por eso y decidió que lo mejor que podía hacer era raptar a Kospi.
Karut agarró a la joven y se fue retumbando por el cielo hasta llegar a la alta y nevada cordillera, ahí la escondió en un glaciar y se fue. Kospi lloró desolada por días y su pena empezó a enfriar su cuerpo hasta congelarse y hacerse hielo, convirtiéndose así en parte del glaciar. Cuando volvió el dios del trueno unos días después a verla, no la pudo encontrar y se enfureció al pensar que había escapado; gritó de ira y desesperación.
Las nubes, al escucharlo, se estremecieron y comenzó a llover. Llovió sobre el glaciar durante días y este se derritió junto con el espíritu de Kospi, bajó por las montañas como agua hasta llegar a los valles y empapó la tierra. Al salir el sol, la joven sintió la necesidad de salir a ver la luz y sentir el calor del día en su piel, trepó por los tallos de las plantas y cuando llegó a la punta florecieron las primeras flores en la Patagonia chilena. Por esta razón, los tehuelches llaman a los pétalos de las flores: kospi.
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