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Cristóbal Colón consiguió virtualmente todo lo que había deseado y por lo que había orado. Había encontrado patrocinadores reales, que se hicieron cargo del financiamiento que necesitaba para los barcos, los suministros, y las tripulaciones. Incluso había pedido "un trozo del pastel." Si encontraba oro u otras riquezas, recibiría un porcentaje de todo, junto con los derechos de ponerle nombre y de convertirse en gobernante de las nuevas tierras que descubriera.
El 3 de agosto de 1492, Cristóbal Colón y unos 90 marineros abordaron sus naves en el pueblo español de Palos de la Frontera y zarparon en las tres famosas carabelas: la "Niña," la "Pinta," y la "Santa María." Fue aquí donde Colón reunió a la mayoría de su tripulación, incluyendo a los hermanos Pinzón, lugareños famosos por sus habilidades de navegación, que capitanearían la "Niña" y la "Pinta." Por supuesto, Cristóbal Colón capitaneó la carabela bautizada en honor a Santa María, la madre de Jesús, quien era la figura central en el monasterio de Juan Pérez, donde Colón finalmente encontró esperanza.
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Trascendencia de su estancia en Portugal
En 1476, Colón llegó a Portugal, al parecer, de una forma rocambolesca: como superviviente del naufragio en un combate naval entre mercantes y corsarios. Durante nueve años, hasta 1485, Colón residió en Portugal, donde actuó como agente de la casa Centurione en Madeira y realizó frecuentes viajes, tanto a Génova como a otros destinos, adquiriendo conocimientos marinos y entrando en contacto con diversas fuentes de información:
Sabemos que viajó a Inglaterra; al oeste de Irlanda, donde él mismo dijo que vio a un hombre y a una mujer que habían llegado de Catay por el oeste, cruzando el Atlántico; y quizá llegase hasta Islandia, lo que ha servido para plantear si pudo conocer alguna noticia acerca de los viajes de los vikingos a través del Atlántico Norte.
También frecuentó las rutas portuguesas por la costa occidental de África, visitando San Jorge de Mina, la gran factoría portuguesa en Guinea. Y quizá conociese las Islas Canarias. Ello quiere decir que conocía la Volta da Mina y, por lo tanto, la circulación de los alisios en el Atlántico.
Ya casado, vivió en la isla de Porto Santo y en Madeira, y quizá viajó también hasta las Azores; por tanto, cabe suponer que conocía bastante bien lo que se ha dado en llamar el «Mediterráneo Atlántico»: el espacio entre los tres archipiélagos de la Macaronesia e incluso más allá.
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