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La rebelión de Túpac Amaru (1740-1781), con su utopía del ‘Reino de América’, y cuya insurrección tuvo resonancias continentales, puede ser considerada como la primera etapa de nuestras ‘Guerras de Independencia’, junto a la Revolución Haitiana, primer proceso revolucionario antiesclavista y anticolonialista, que proclamó al primer Estado soberano en el continente (1804). Pese a las diferentes revueltas permanentes en la época colonial, nunca hubo un movimiento tan exitoso como el de los haitianos. Su espíritu libertario logró aterrorizar a la clase propietaria de todo el continente. El miedo a que esta revolución se expandiera al resto de colonias, hizo que esta sea bloqueada y difamada por las principales fuerzas colonialistas: Francia, Gran Bretaña, España y, posteriormente, Estados Unidos. No hay duda de que el proceso independentista de Quito era una continuidad de las rebeliones que estallaron durante el siglo XVIII. En ese marco, Arturo A. Roig dice, “se inicia la segunda etapa de nuestras ‘Guerras de Independencia’ (1808-1824), llevada adelante ahora, no por la población indígena ni por los esclavos africanos, sino por otro sujeto social, la clase criolla sudamericana. Estas generaron, asimismo, formas de ‘utopía para sí’, sumándose a las ‘utopías magnas’ de nuestra historia”.