• Asignatura: Religión
  • Autor: marianelo5467
  • hace 5 años

quien ayudo al señor que iba camino de Jerusalén a Jericó

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Respuesta dada por: crespinrosa796
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Respuesta:

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó» (Lc. 10, 30)

Introducción

La parábola del Buen Samaritano es una parábola especialmente vigorosa, personal, pastoral y prática. Es una parábola vigorosa, porque nos habla de la fuerza del amor, que trasciende todo credo y cultura, para «hacer» un prójimo de aquél que es completamente extranjero. Es una parábola personal, porque describe con profunda sencillez el germinar de una relación humana, incluso desde el punto de vista físico; tiene un toque personal, el de una persona que, trascendiendo los tabúes y sociales, le venda a otro sus heridas.

Es una parábola pastoral, porque está llena de ese misterio que supone la atención la asistencia al prójimo, y que constituye de la cultura humana, su elemento más valioso, y que se trasluce cuando el Buen Samaritano se acerca a servir al prójimo necesitado que acaba de encontrar. Es una parábola que es ante todo práctica, porque nos desafía a superar todas las barreras culturales y comunitarias para ir también nosotros y hacer lo mismo.

La profundidad, unida a la sencillez, de esta parábola del Buen Samaritano, nos conmueve cada vez que la leemos y meditamos sobre ella. Nos habla directamente al corazón. Nos porduce incluso una cierta turbación de conciencia. En esta parábola se cumple de forma convincente aquello de que «la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo» (Heb. 4, 12). Y es significativo que escuchando el juramento hipocrático, se experimentan sentimientos semejantes a estos.

Aunque entre el juramento hipocrático y la parábola del Buen Samaritano hay un intervalo de siglos, existe entre ambos un nexo de unión. Los dos dan cauce a una preocupación común, la defensa de lo que podemos llamar el «Evangelio de la vida», una defensa que brota de un intéres y un respeto profundos por la persona humana.

«Cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de Dios hecho carne (cf. Jn. 1, 14), es confiada a la solictud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia,afecta al núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el evangelio de la vida por el mundo entero y a toda criatura (cf. Mc. 16, 15)» [1]. Este compromiso, esta preocupación, será precisamenteel centro de nuestras reflexiones compartidas a lo largo de los tres días de la X Conferencia Internacional organizada por el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Agentes Sanitarios. Examinando el programa de la Conferencia, he podido comprobar que los temas asignados a los distintos ponentes tratarán de iluminar, desde la diversidad de un enfoque interdisciplinar, el lema: «De Hipócrates al Buen Samaritano». Entre los temas a tratar destacan: el sufrimiento; la atención a los enfermos; la curación de las heridas; el médico, un hombre para los demás; medicina y moralidad; la mujer en la historia de la asistencia a los enfermos. Por mi parte, como Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, me propongo ofreceros una meditación orante - pero prática - sobre la Parábola del Buen Samaritano.

Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Jerusalén es la ciudad santa, la ciudad del Templo, escogida por Yahvéh como lugar de su morada. Jerusalén simboliza lo divino y lo sagrado. En cambio, en la Escritura Jericó representa con frecuencia el mundo. Según Orígenes, «aquel hombre de que nos habla el Evangelio, que bajaba de Jerusalén a Jericó y que cayó en manos de unos ladrones, sin duda era un símbolo de Adán, que fue arrojado del paraíso al destierro de este mundo. Y aquellos ciegos de Jericó, a los que vino Cristo para hacer que vieran, simbolizaban a todos aquellos que en este mundo estaban angustiados por la ceguera de la ignorancia, a los cuales vino el Hijo de Dios» [2]. En cierto sentido Jericó simboliza la cultura secular. Y el Hombre que baja de Jerusalén a Jericó representa a toda la Humanidad, a todos nosotros. Como él, somos viajeros, somos peregrinos que caminamos juntos. En un momento dado del camino, sufrimos una emboscada, el robo, el despojo, que nos priva de lo mejor que tenemos, la sagrada centella divina.

La religión expresión de nuestra relación con Dios - y lo sagrado pertenecen al corazón mismo de la cultura. Pero, como hacía notar el Papa Pablo VI, «la ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas» [3]. Cuál es la respuesta que damos, como Iglesia, ante este «cuerpo» de la humanidad, que yace herido y asaltado a la vera del camino? No tendríamos que cuidarlo, hasta que recobre su salud y su gloria primeras? En nuestra exposición trataremos esta gran parábola desde tres prespectivas: como invitación a la compasión, como dasafío a asumir el compromiso, y, finalmente, como experiencia del gozo de la comunión.

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