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Los que tenemos hijos pequeños y tratamos de educarlos dentro de las normas dictadas por el sentido común sabemos, por haberlo experimentado en cuantas ocasiones se ha presentado, que nuestros hijos nos están “echando un pulso de forma permanente” con el fin de saber hasta dónde somos capaces de mantener el principio de autoridad en las pautas que ponemos para su educación. Aprovechan cualquier resquicio que les deja una “debilidad” nuestra, mal entendida en su limitado razonamiento, para ponernos en un aprieto, porque saben que las normas que ponemos y no se cumplen, se pueden “saltar” pues no son importantes, o por lo menos no son lo suficientemente trascendentales como para que nosotros las defendamos y por ese motivo son negociables.
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