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La historia de la sagrada imagen que cada octubre sale en andas a recorrer, en procesión, las calles de la vieja Lima tuvo su inicio en el mural del cual partió toda la tradición y fe que despierta desde hace más de tres siglos el Señor de los Milagros.
Según relata el historiador Rubén Vargas Ugarte en su libro “Historia del Santo Cristo de los Milagros”, un antiguo documento del monasterio de Las Nazarenas acredita que para 1651 la imagen ya estaba pintada.
Fue un esclavo negro de la casta de Angola el que pintó con la técnica del temple a Cristo crucificado sobre una pared del otrora barrio de Pachacamilla, a mitad del siglo XVII. Aquel muro de adobe cobró renombre luego de que no cayera durante los terremotos que azotaron la urbe en 1655 y 1687.
En el interín, el virrey Conde de Lemos mandó borrar la imagen, pero los trabajadores que lo intentaron desistieron por diferentes y súbitas iluminaciones. Tras ello, el mismo virrey ordenó pintar alrededor del Cristo a la Virgen María, San Juan, al Padre y al Espíritu Santo.
Justo después del sismo de 1687, sale en procesión por primera vez una copia de la imagen, por interés de Sebastián de Antuñano, que había comprado el terreno donde se reunía la cofradía Angola y en el que hoy se yergue el Santuario de Las Nazarenas, en el Cercado de Lima.
El terremoto de 1746 tampoco tumbó el muro, aunque dejó en ruinas a la capital. Con ello, la fe en el Cristo Moreno quedaba cimentada, explica Manuel Orrillo, mayordomo general de la Hermandad del Señor de los Milagros de Nazarenas.
La primera restauración del muro, que está detrás del altar del templo de Las Nazarenas, se dio a raíz de los estragos causados en el santuario por el terremoto de 1940. Fue en 1955 que dos especialistas italianos, Francesco Pelessoni y Luigi Pigazzini, aplicaron la técnica stacco: sacaron con cuidado el muro de su lugar –la base estaba debilitada por la humedad, ya que una acequia pasaba cerca– y colocaron una tela especial sobre la pintura para fijar la imagen. Tras hacer un nuevo muro de ladrillos y cemento, la imagen fue nuevamente impregnada sobre este con la tela especial. La nueva estructura fue colocada a mayor altura.
Una segunda intervención fue hecha en 1974 por el entonces Instituto Nacional de Cultura, por daños a la pintura por humedad. La tercera y última restauración se dio en 1993, por convenio entre el Museo de Osma, las Madres Nazarenas Carmelitas Descalzas y el Banco de Crédito. “Fijamos mejor la capa pictórica al muro y le dimos mantenimiento”, recuerda Liliana Canessa, integrante de aquel equipo de trabajo.
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