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Se afirma que mientras no haya justicia social ('democracia social' en vez de injusticia social, gustan decir algunos), no puede haber democracia real. Se confunde una cosa con otra, hasta llegar a razonamientos sofísticos como el de que "no puede haber democracia donde no hay justicia social" y "no puede haber paz donde hay tanta inequidad social".
Si los precursores de la democracia moderna hubiesen establecido prerrequisitos a la democracia, quién sabe en qué andaría la civilización occidental. Esos razonamientos condicionantes se parecen a los de la vertiente más reaccionaria del conservatismo mundial, que en el siglo XIX y hasta bien avanzado el siglo XX sostenía que a la gente no se le podía otorgar muchos derechos ni mucha democracia hasta que no se le educara.
Nadie, en sana razón, niega que la miseria y la injusticia social son fenómenos de dimensiones alarmantes y que realmente existen y afectan de manera grave el normal desarrollo de la vida social y de la democracia.
Sin embargo, parece poco coherente negar la existencia de la democracia en un país en el que se elige a un presidente diferente cada cuatro años, en el que hay libertad de prensa, en el que la oposición y en particular la de izquierda ha logrado triunfos importantes como el de la Alcaldía de Bogotá, el de la Gobernación del Valle, y en el que numerosos movimientos cívicos han ganado un gran protagonismo en numerosos municipios.
No parece muy convincente negar la democracia en un país en el que la Corte Constitucional declara la inexequibilidad de importantes iniciativas legales del Ejecutivo tramitadas y aprobadas por el Legislativo. No parece muy lógico que se insista en desconocer una democracia que permite la libertad de prensa y la libertad de opinión que se refleja en el hecho cierto de que la mayoría de los columnistas más destacados son antigobiernistas. No parece coherente declarar que esta no es una democracia y a renglón seguido proclamar una precandidatura que parte del supuesto de que es posible derrotar al actual Presidente y de que éste no es invencible.
La democracia, a diferencia de la dictadura, es perfectible y reformable porque es incompleta, si a eso es a lo que se quieren referir los críticos de la nuestra cuando traen a cuento los males que la aquejan. Debemos entender adicionalmente que la dictadura, en cambio, no es susceptible de perfeccionar; las dictaduras se abaten o se eternizan pero no son mejorables, como sí lo es la democracia.
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