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La desigualdad de género es uno de los desafíos más apremiantes que enfrenta el mundo del trabajo actualmente. A nivel mundial, las probabilidades que tienen las mujeres de participar en el mercado laborales son sustancialmente inferiores a las de los hombres y, una vez que forman parte de la fuerza de trabajo, también tienen menos posibilidades que los hombres de encontrar un empleo. En efecto, su acceso a oportunidades de empleo de calidad sigue siendo restringido. En general, por ejemplo, es más probable que las mujeres trabajen un número mayor de horas que los hombres, si se considera el trabajo remunerado y no remunerado. Además, cuando tienen un empleo remunerado, en promedio, las mujeres trabajan menos horas a cambio de un sueldo o ganancia, bien sea porque escogen trabajar a tiempo parcial o porque ésta es la única opción disponible.
Estas desigualdades de género persisten a pesar de la preferencia de la mayoría de las mujeres en todo el mundo de trabajar en empleos remunerados, lo cual pone de manifiesto que la elección de las mujeres está limitada por un número de factores.
Basado en datos de la encuesta OIT-Gallup de 2016 , el informe Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo: Tendencias del empleo femenino 2017 examinó la medida en que las preferencias personales, las restricciones socioeconómicas y la conformidad con los papeles atribuidos a cada sexo impulsan las diferencias de género en el mercado laboral. El análisis realizado por los economistas de la OIT, que abarca 142 países y territorios, constató lo siguiente:
Tener un conyugue o un compañero reduce las probabilidades de las mujeres de participar en el mercado de trabajo en los países emergentes, desarrollados y en los Estados Árabes y en África del Norte. En los países en desarrollo, no obstante, el efecto se invierte: las relaciones estables/el matrimonio tienen un efecto positivo sobre la participación (3,3 puntos porcentuales). Este último resultado pone de manifiesto la necesidad económica de trabajar en los países en desarrollo, independientemente de la situación de pareja.
Las mujeres en situación de pobreza extrema están más propensas a participar, independientemente de las normas relativas a los géneros. En los países en desarrollo, la probabilidad de participar aumenta de 7,8 por ciento; en los emergentes de 6,4 por ciento; en los Estados Árabes y en África del Norte, las dos regiones con la mayor desigualdad en las tasas de participación, la probabilidad aumenta aún más, de 12,9 por ciento.
A nivel mundial, la falta de servicios de cuidado asequibles para los niños o familiares afecta negativamente la participación de las mujeres. En los Estados Árabes y en África del Norte reduce la probabilidad de participar de 6,2 puntos porcentuales; en los países en desarrollo de 4,8 puntos porcentuales; y en los países desarrollados de 4 puntos porcentuales. El hecho de tener hijos, sin embargo, tiene un pequeño efecto negativo pero no es significativo; de hecho, en los países en desarrollo tiene un pequeño efecto positivo (0,7 puntos porcentuales).
El acceso limitado a un transporte seguro es la principal dificultad que enfrentan las mujeres en los países en desarrollo, este es un factor que reduce la probabilidad de participación de 15,5 puntos porcentuales.
Las religiones representan un sistema de valores complejos que se extiende a los papeles de género. En los países en desarrollo, la probabilidad de participar se ve reducida de manera considerable por la religión, un indicador indirecto de una conformidad con la función de género más limitante. En los países emergentes y desarrollados, los resultados son mixtos: en algunos casos el efecto es positivo, en otros negativo.
Un enfoque integral dirigido a abordar los múltiples desafíos es necesario a fin de que las mujeres puedan realizar y alcanzar su plena autonomía económica.
Estas desigualdades de género persisten a pesar de la preferencia de la mayoría de las mujeres en todo el mundo de trabajar en empleos remunerados, lo cual pone de manifiesto que la elección de las mujeres está limitada por un número de factores.
Basado en datos de la encuesta OIT-Gallup de 2016 , el informe Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo: Tendencias del empleo femenino 2017 examinó la medida en que las preferencias personales, las restricciones socioeconómicas y la conformidad con los papeles atribuidos a cada sexo impulsan las diferencias de género en el mercado laboral. El análisis realizado por los economistas de la OIT, que abarca 142 países y territorios, constató lo siguiente:
Tener un conyugue o un compañero reduce las probabilidades de las mujeres de participar en el mercado de trabajo en los países emergentes, desarrollados y en los Estados Árabes y en África del Norte. En los países en desarrollo, no obstante, el efecto se invierte: las relaciones estables/el matrimonio tienen un efecto positivo sobre la participación (3,3 puntos porcentuales). Este último resultado pone de manifiesto la necesidad económica de trabajar en los países en desarrollo, independientemente de la situación de pareja.
Las mujeres en situación de pobreza extrema están más propensas a participar, independientemente de las normas relativas a los géneros. En los países en desarrollo, la probabilidad de participar aumenta de 7,8 por ciento; en los emergentes de 6,4 por ciento; en los Estados Árabes y en África del Norte, las dos regiones con la mayor desigualdad en las tasas de participación, la probabilidad aumenta aún más, de 12,9 por ciento.
A nivel mundial, la falta de servicios de cuidado asequibles para los niños o familiares afecta negativamente la participación de las mujeres. En los Estados Árabes y en África del Norte reduce la probabilidad de participar de 6,2 puntos porcentuales; en los países en desarrollo de 4,8 puntos porcentuales; y en los países desarrollados de 4 puntos porcentuales. El hecho de tener hijos, sin embargo, tiene un pequeño efecto negativo pero no es significativo; de hecho, en los países en desarrollo tiene un pequeño efecto positivo (0,7 puntos porcentuales).
El acceso limitado a un transporte seguro es la principal dificultad que enfrentan las mujeres en los países en desarrollo, este es un factor que reduce la probabilidad de participación de 15,5 puntos porcentuales.
Las religiones representan un sistema de valores complejos que se extiende a los papeles de género. En los países en desarrollo, la probabilidad de participar se ve reducida de manera considerable por la religión, un indicador indirecto de una conformidad con la función de género más limitante. En los países emergentes y desarrollados, los resultados son mixtos: en algunos casos el efecto es positivo, en otros negativo.
Un enfoque integral dirigido a abordar los múltiples desafíos es necesario a fin de que las mujeres puedan realizar y alcanzar su plena autonomía económica.
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