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El espacio y la política son grandes áreas de debate y producción en las Ciencias Sociales. Proponemos en estas líneas una posible mirada que articule dos formas específicas de ambas temáticas: el territorio y la democracia en una doble dirección: por un lado, cómo pensar en la construcción de un territorio de la democracia sin entender el territorio como los límites físicos donde la democracia se desarrolla sino como plataforma inmaterial, simbólica dentro del “campo” de la política dominado por los valores de la democracia; por otro lado, cómo pensar la democratización del territorio aludiendo a las políticas desarrolladas desde la recuperación de la democracia en nuestro país en torno a los usos y prácticas del territorio en el campo y en las ciudades.
El espacio, el territorio y la democracia
Considerando el espacio como un constructo social, entendiéndolo como una categoría esencial para que la vida humana sea posible y comprensible, y haciendo especial hincapié en la multiplicidad de sus posibles dimensiones, podemos afirmar que el espacio puede ser material pero también inmaterial, objetivo y subjetivo, permanente o transitorio. El territorio es una forma conceptual especifica de ciertos tipos de espacio, aquellos espacios en los cuales se aplica una relación de poder para su delimitación, se ejerce una fuerza, se desarrolla un conflicto, una disputa por la apropiación, delimitación y definición de un territorio de una forma y no de cualquier otra. Tal como sintetiza Panaia (2005: 230): “tres elementos condicionan permanentemente un territorio: la apropiación espacial, el poder y la frontera”. Consideramos, entonces, que la especificidad del concepto de territorio permite introducir la variable política al pensar el espacio construido en tanto territorio como producto de relaciones de poder, de dominación y resistencia.
Del mismo modo que sucede con el espacio, el territorio también puede ser material, simbólico, objetivo, intermitente, etc. Un ejemplo claro de cómo se construye un territorio inmaterial, simbólico es, sin dudas, el campo intelectual. Las ideas, los conceptos son construcciones sociales que buscan ser aceptadas y utilizadas y, en dicha búsqueda, disputan el territorio intelectual con otras ideas y concepciones que se les oponen.
El territorio de la democracia
En este específico sentido, en estas líneas planteamos la posibilidad de pensar la democracia como una construcción conceptual territorial. Un territorio simbólico que, como tal, debe definir sus límites, disputándolos con otras ideas y buscando dominar el espacio de las ideas políticas, frente a los valores y los conceptos no democráticos.
Tal como puede leerse habitualmente en lo que puede ser una de las pocas máximas sobre las que se ha generado consenso en torno a la temática de la democracia, ésta refiere no solo a una forma de gobierno sino también a un conjunto de ideales y valores. Los problemas, sin duda, aparecerán a la hora de definir los contenidos y alcances de ambas dimensiones de esta palabra, aunque no es el objetivo de este trabajo resumir la profusa bibliografía que sobre este tema abunda en la literatura de la sociología política y de la ciencia política. Buscaremos, sí, debatir en torno a la reconstrucción de los referentes empíricos que en la Argentina le han dado forma, durante los últimos treinta años, a la democracia en la segunda dimensión señalada. Es decir, cuáles son los valores e ideales que han sido asociados a la democracia en la Argentina y, lo que nos parece más interesante, frente a qué otros valores e ideales se ha definido.
Mas allá de este debate, sin duda interesante y necesario para poder dotar de significado a un concepto de tamaña centralidad, en este trabajo nos interesa resaltar cómo desde el punto de vista del espacio intelectual de la política, la democracia triunfó como el único concepto con legitimidad y consenso para desarrollar sus prácticas y relaciones; es decir, cómo se constituyó como un territorio en el cual los límites claramente marcaban la oposición a salidas autoritarias y a salidas revolucionarias, ambos caminos de profunda huella en la historia de nuestro país.
La democracia se ha transformado de esta manera en un territorio, celosamente custodiado; un término asociado a ideales irrenunciables de la batalla política que, de alguna manera, ha “marcado la cancha” de lo posible y lo decible en la política de nuestro país.
La democratización del territorio
Proponemos, en este doble movimiento, analizar ahora el territorio desde una dimensión mucho más concreta, material y objetiva. Proponemos analizar cómo desde la recuperación de la democracia se transformó o no el uso del suelo, del territorio físico en nuestro país, tanto en el territorio urbano como en el territorio rural.