Respuestas
Respuesta:
Un momento señora: Y la señora Linares se quedó inmóvil. Yo estiré la mano y cogí un insecto rubio y diminuto.
-¿Qué es? ¿Qué ha sido?
Un piojo ¡Jesús! Exclamó. Es usted un indiscreto don Melchor, eso no se le descubre a una señora. Y como nos quedamos solos, resolví provocarle una confidencia. Don Melchor se acarició la barba y, después de un largo calderón de silencio, comenzó: “…Soñaba esa noche que un insecto de proporciones elefantinas me decía: ¡Melchor despierta! ¡Te amenaza un peligro! ¡Melchor! Si no despiertas te matarán primero y te robarán después. Salté del lecho, encendí la vela, eche a mano un sable viejo: ¡canalla! ¡Ladrón! Y de un rincón del dormitorio me respondió una voz: ¡Perdón taita! Era mi criado mi mozo de confianza. ¿Con que eres tú? ¡Lárgate perro ingrato! Y el indio se escabullo. Y reanude mi primer sueño.
Es en esta segunda parte donde voy a dejar establecida la verdadera tesis que podría titular: “De la bondad indiferente y de la soberbia inconmensurable de un piojo” Yo estimo mucho al piojo desde la noche aquella en que le perdone la vida a mi criado, él fue el quien medió la luz de alarma. Es el simple animalito, racionalmente humano, que todos conocemos. Porque no hay ser que se parezca más al hombre que el piojo. Tiene toda la bellaquería (malo, ruin astuto) toda la astucia, todo el egoísmo, toda la soberbia del hombre. En lo único en que se diferencia es en que el piojo no tiene nervios ni vicios.
Explicación:
Respuesta:
Un momento señora: Y la señora Linares se quedó inmóvil. Yo estiré la mano y cogí un insecto rubio y diminuto.
-¿Qué es? ¿Qué ha sido?
Un piojo ¡Jesús! Exclamó. Es usted un indiscreto don Melchor, eso no se le descubre a una señora. Y como nos quedamos solos, resolví provocarle una confidencia. Don Melchor se acarició la barba y, después de un largo calderón de silencio, comenzó: “…Soñaba esa noche que un insecto de proporciones elefantinas me decía: ¡Melchor despierta! ¡Te amenaza un peligro! ¡Melchor! Si no despiertas te matarán primero y te robarán después. Salté del lecho, encendí la vela, eche a mano un sable viejo: ¡canalla! ¡Ladrón! Y de un rincón del dormitorio me respondió una voz: ¡Perdón taita! Era mi criado mi mozo de confianza. ¿Con que eres tú? ¡Lárgate perro ingrato! Y el indio se escabullo. Y reanude mi primer sueño.
Es en esta segunda parte donde voy a dejar establecida la verdadera tesis que podría titular: “De la bondad indiferente y de la soberbia inconmensurable de un piojo” Yo estimo mucho al piojo desde la noche aquella en que le perdone la vida a mi criado, él fue el quien medió la luz de alarma. Es el simple animalito, racionalmente humano, que todos conocemos. Porque no hay ser que se parezca más al hombre que el piojo. Tiene toda la bellaquería (malo, ruin astuto) toda la astucia, todo el egoísmo, toda la soberbia del hombre. En lo único en que se diferencia es en que el piojo no tiene nervios ni vicios.