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Pese a su prolífera bibliografía, jamás había escuchado hablar de Carlos Fuentes; mucho menos de Artemio Cruz, protagonista de la novela que hoy vengo a presentaros, una de sus más conocidas. Pero aunque recién acabo de descubrir a este escritor mexicano, os aseguro que jamás se me olvidará, lea o no más obras suyas. Éste es uno de esos libros que por un motivo u otro impactan sobremanera a su lector, para bien o para mal, y esa es una capacidad que, en mi opinión, es digna de alabar. Ya sólo por eso recomiendo su lectura.
El argumento presentado a grandes trazos puede parecer sencillo, recurrente incluso. Desde su lecho de muerte y en un estado agonizante, el protagonista de La muerte de Artemio Cruz nos cuenta la que fue su vida, sus amores y desamores, su participación en la Revolución Mexicana, la lucha por unos ideales que después abandonó, el cómo consiguió ascender de clase social hasta lo más alto, el trato con su familia, sus momentos más nobles, pero también los más miserables… Nos muestra, en definitiva, su más exacto yo, sin pudores, en un contexto histórico bien definido que será el factor determinante más importante de su vida: el México de la primera mitad del siglo XX.
Pero tened en cuenta que si digo que el argumento puede parecer sencillo, es porque puede, o mejor, podría, no porque sea así. Son muchos los momentos de su vida pasada que recrea Artemio Cruz, algunos muy importantes para comprender su trayectoria, otros meros capítulos pasajeros pero de gran valor sentimental para el personaje. Sin embargo, lo mejor –por no decir lo peor- es la brutal alteración del tiempo, la falta de una presentación lineal que facilite la lectura. ¡Ni por asomo! El relato empieza en la actualidad, para luego sumergirse en 1941, seguido del 20 de mayo de 1919, anterior al 1913, que precede al 1924 y al 1947… Todo un laberinto temporal que hace que la comprensión de la historia, de su vida, sólo sea posible hacia el final, cuando el número de páginas por leer es bastante más reducido que el resto.
Sin embargo, la adecuación entre la historia y la presentación de ésta es perfecta; éste mismo relato sin saltos temporales no sería el mismo, el valor de la novela pasaría directamente de un más que respetable puesto a niveles bajo cero, y su categoría podría mudar fácilmente de entretenimiento a ensayo de la época. La verdad, me alegra saber que no era eso lo que pretendía Carlos Fuentes.
Pero insisto: no es fácil. El uso de las palabras, la puntuación y los tiempos verbales de una manera poco corriente hacen de la obra una fiesta inédita de la literatura. Desde la primera página, es una lectura que agota mentalmente; requiere para sí de tiempo y concentración. Nada de leer en el metro o en la parada del autobús, y, por supuesto, no antes de irse a dormir… sólo imaginarlo me hace fruncir el ceño.
Una de las características más importantes de la obra es la utilización de las tres personas del singular para narrar la historia. El Yo es utilizado para los momentos del presente, cuando Artemio habla en primera persona y nosotros nos tumbamos con él en su lecho y sentimos su dolor, su angustia, su arrepentimiento.
El Tú es el desdoblamiento de la personalidad. Es el momento en que el protagonista habla con sí mismo para reprocharse los actos de los que no está contento y echarle la culpa. Es la conciencia de Artemio en el estado más puro, una reflexión crítica sobre su existencia que consigue, con simples palabras, hacer sentir culpable también al lector. Los fragmentos del Tú son, por decir poco, angustiosos y machacadores.
El más relajante es el Él. Oh sí, cuando se habla de él, del Artemio Cruz que fue, es un alivio. El texto es mucho más narrativo y se utiliza para explicar el pasado, la historia de la vida del protagonista, sus momentos importantes en los que aún no hay reproches ni culpas.
Curiosamente, el conjunto de estas tres voces (yo, tu, él), utilizadas cada una con un objetivo concreto, hacen completo el relato y, a medida que se acerca la muerte y el estado del enfermo empeora, éstas se van uniendo poco a poco en lo que realmente son: una sola voz, una sola persona, Artemio Cruz.