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Hace muchos años en un pueblo del cual no recuerdo el nombre, existió una vez un rosal grande y lleno de hermosas rosas rojas, tan rojas como los corales que el mar mece en sus profundidades, observarlo era maravilloso y oler el dulce aroma de sus flores llenaba de alegría.
Este rosal era admirado por todos los habitantes del lugar y muchos viajeros de todas partes del mundo, que iban siempre al parque donde estaba sembrado a visitarlo.
Todos los rosales que vivían en aquel parque sentían un poco de envidia, porque las personas no solían prestarles demasiada atención y se olvidaban de ellos, tanto fue así que poco a poco se fueron olvidando de regarlos y de podarlos, mientras al hermoso rosal le daban todos los cuidados que necesitaba.
Ni siquiera las abejas querían besar otras rosas que no fueran las de aquel rosal de rojas y tiernas flores, pero aunque este rosal era de grandes proporciones y tenía muchas rosas, pronto empezó a recibir más abejas de las que sus rosas podían alimentar. Las abejas se peleaban entre ellas por las mejores rosas y creaban un sinfín de problemas.
Las personas y también los jardineros, dejaron de visitar y cuidar el rosal, debido que siempre que se acercaban acababan con alguna picadura de abeja.
De esta manera, al pueblo dejaron de llegar viajeros y los jardineros se marcharon a otro lugar a buscar trabajo, y no quedó nadie para cuidar los rosales de aquel parque.
El rosal se comenzó a marchitar, las abejas poco a poco se fueron y lo dejaron tranquilo. Pero el pobre rosal ya no era el de antes, estaba cansado, sin hermosas flores en su cuerpo y empezaba a secarse.
Los demás rosales, al ver a su compañero triste y deprimido, le animaron para que intentara reponerse.
“¡Vamos amigo, anímate! – le decían-. Nosotros llevamos años sin que nadie nos preste atención, ni nos cuide y míranos ahora. Somos grandes y fuertes, aunque nuestras rosas no sean tan bonitas como las tuyas.”
El rosal que hacía tiempo que no se fijaba en sus compañeros, comprobó que, ciertamente habían crecido mucho, y sus flores eran muy hermosas, sus espinas verdes y suaves.
“Supuse que les caía mal y que tenían envidia de mí -les dijo el marchito rosal a los demás rosales.”
Eso era antes de ver lo que ocurre cuando eres el centro de todas las miradas-le dijo el rosal más viejo – pasamos tanto tiempo mirando como poco a poco te volvías más hermoso, que ahora que estas casi marchito, nos hemos dado cuenta que eres igual que nosotros, y ahora que necesitas ayuda, estamos dispuesto a dártela”
No nos gusta verte así, eres nuestro compañero -dijo otro rosal un poco más joven-. Si todos somos grandes y hermosos volverá la gente, y nos cuidarán más, y las abejas se repartirán entre todos. Debemos trabajar unidos y ayudarnos entre nosotros.
El rosal, que estaba sorprendido por esto, decidió hacer caso a sus amigos, y en poco tiempo se esforzó por recuperar su alegría y sus flores. Mientras tanto, las abejas que lo habían abandonado, fueron volviendo a los demás rosales y polinizando sus flores. De esta manera las personas nuevamente comenzaron a visitar el parque, ya libre de enojadas abejas, para observar los tiernos botones, oler el dulce aroma de las rosas, y por supuesto, volvieron a cuidarlos.
De pronto un día una abeja se posó en una de rosas jóvenes que habían nacido en aquel rosal ya recuperado, este se llenó de vida y alegría de nuevo y nunca más volvió a quedar un solo rosal triste en aquella ciudad…
“Unas cuantas palabras de aliento pueden ayudar incluso a un marchito rosal a recuperar sus rosas, ya que el apoyo y el cariño de tus amigos, que continuamente comparten contigo, es tan importante como el agua al rosal. Porque cuando los compañeros se ayudan entre ellos, nada en imposible.”