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Respuesta:
Explicación:
Cuando el viento soplaba desde tierra, no lograba pescar nada, porque era un viento malévolo de
alas negras, y las olas se levantaban empinándose a su encuentro. Pero en cambio, cuando soplaba el
viento en dirección a la costa, los peces subían desde las verdes honduras y se metían nadando entre las
mallas de la red y el joven Pescador los llevaba al mercado para venderlos.
Todas las tardes el joven Pescador se internaba en el mar. Un día, al recoger su red, la sintió tan
pesada que no podía izarla hasta la barca. Riendo, se dijo:
—O bien he atrapado todos los peces del mar, o bien es algún monstruo torpe que asombrará a
los hombres, o acaso será algo espantoso que la gran Reina tendrá deseos de contemplar.
Haciendo uso de todas sus fuerzas fue izando la red, hasta que se le marcaron en relieve las
venas de los brazos. Poco a poco fue cerrando el círculo de corchos, hasta que, por fin, apareció la red a
flor de agua.
Sin embargo no había cogido pez alguno, ni monstruo, ni nada pavoroso; sólo una sirenita que
estaba profundamente dormida.
Su cabellera parecía vellón de oro, y cada cabello era como una hebra de oro fino en una copa
de cristal. Su cuerpo era del color del marfil, y su cola era de plata y nácar. De plata y nácar era su cola y
las verdes hierbas del mar se enredaban sobre ella; y como conchas marinas eran sus orejas, y sus
labios eran como el coral. Las olas frías se estrellaban sobre sus fríos senos, y la sal le resplandecía en
los párpados bajos.
Tan bella era aquella sirenita que cuando el joven Pescador la vio, se sintió sobrecogido de
maravilla, alargó la mano y la atrajo hasta él; luego inclinándose sobre el borde de la barca, la tomó en
brazos. Pero apenas la tocó, la sirenita gritó como una gaviota asustada, y despertó, y lo miró con sus
ojos de amatista llenos de terror, esforzándose en un vano intento de escapar. Él la sujetó
poderosamente abrazada, sin dejarla escapar.
Cuando la sirenita comprendió que no había forma de huir se puso a llorar y dijo:
—Te suplico que me dejes en libertad. Soy la hija única de un Rey, y mi padre ya es viejo y vive
solo.
Pero el joven Pescador respondió:
—No te soltaré hasta que me prometas que cada vez que te llame obedecerás mi llamada, y
cantarás para mí. A los peces les fascina el oír las canciones del pueblo del mar, y así mis redes estarán
siempre llenas.
—¿Juras que me soltarás si te hago esa promesa? —preguntó la sirena.
—Juro que te soltaré —respondió el joven Pescador.
Ella hizo entonces la promesa pactada, jurando con el juramento de los hijos del Mar. Él abrió los
brazos y la sirenita se sumergió en el agua temblando con un extraño temblor.