Las heridas, la
El olor incitaba el apetito de los viudos.
un solo picotazo
El cóndor ciego
César Dávila Andrade
-Huelo a carne quemada -dijo el viejo-
y
alzó hacia el aire enrarecido su cuello
ganchudo. Son los indios de la hacienda
Ingachaca -dijo Huáscar desde su sitio.
Chambo explicó que estaban marcando al
ganado en las lomas del frente.
Sobre la roca, a dos mil metros de altura
podían observar con claridad la operación
y percibir la chamusquina. La hacienda era
una mancha verdinegra rodeada de lomazos
y grietas.
El viejo cóndor no podía ver pero había sido
el primero en olfatear. Conversaban sobre un
estrecho balcón de granito negro, salpicado
de lascas y excremento.
Es asombrosa la acuidad de su mi
Desde arriba clavan sus pupilas can
en la lagartija que asoma un instante
las grietas, o sobre el conejo fatigado
correrías. Prefieren los caballos espata
o los toros cimarrones que mueren so
en lo más desolado de los páramos.
Cuando vuelan sobre la nieve, bajo el
de mediodía, observan minuciosamente
esplendente masa y distinguen los pec
detalles de la catedral helada.
Sarcoramphus regresó envuelto en una
oleada de ázoe. Sin transparentar su
emoción fue a alinearse al lado de sus
compañeros. Informó que habla comida
suficiente, con aire solemne.
-¿Algo nuevo...?-inquirió el ciego.
El ciego pidió a Sarcoramphus que otease la
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cuál es la preguntaxd, no entiendo xd
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