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2
Se define al Destino, como el encadenamiento de los sucesos, considerado como necesario y fatal. Circunstancias de seres favorables o adversas, de esta supuesta manera de ocurrir los sucesos a personas o cosas.
En filosofía una de las acepciones indica la sucesión, o serie de hechos. La primera personificación mitológica del Destino, se encarna en Júpiter, Zeus u otra entidad superior. Homero la llama Moira; los latinos y griegos la llaman Hado.
Los caractéres de su acción son la ciega necesidad y la fuerza ineludible; de aquí es que se ha representado por un ciego, ceñida su frente de corona de estrellas, empuñando un cetro o en su lugar sosteniendo una urna o unas balanzas; ponía a su lado una rueda sujeta por una cadena, escritura de los decretos del destino, y un libro dónde estaban escritos desde la eternidad, y dónde iban a leer los dioses, deseosos de saber el por venir; a los pies, tenía la Tierra por dominio.
Otro forma de sombolizar al Destino era por medio de una matrona, que llevaba el cuerno de la abundancia, o un timón en sus manos. El Destino no se corrige, va inflexible e incontrastable por su camino; porque es ciego en sus decretos y en su ejecución.
Su origen es trascendente, está por encima del mundo humano y del de los dioses. Cuando el Destino entrega a los hombres a la desgracia y las generaciones al crímen o a la ruina, nada en la naturaleza podrá dar razón a la fatalidad, que los envuelve.
Platón pone por encima del Destino, la idea del Bien, que es el principio de todas las cosas, de él procede paralelamente Dios y las ideas; el Destino es fuerza ineludible, más buena y suave; la creación brota del amor que el Bien impone a Dios, el Bien dominándolo todo, lo unifica y lo perfecciona.
Hesiodo decía que el Destino era hija del Caos y de la Noche, y tenía la suerte de cada hombre escrita en un lugar del Olimpo. Las Parcas eran las encargadas de hacer cumplir los decretos de la diosa del Destino y para ésto, una dictaba las órdenes, la otra las escribía y la tercera las cumplía, hilando en su rueca el hilo del destino de cada uno.
Los estoicos, por el contrario, afirmaban que el Destino era una fatal necesidad por la que ineludiblemente se relizaban todos los acontecimientos en el mundo.
No falta por ésto el mal en la armonía universal, que el Bien persigue; aquél es necesario y éste ha de tener en él su perpetuo antagonismo. Lo perfecto no puede existir sin el Mal, más éste acabará convirtiéndose en Bien.
En filosofía una de las acepciones indica la sucesión, o serie de hechos. La primera personificación mitológica del Destino, se encarna en Júpiter, Zeus u otra entidad superior. Homero la llama Moira; los latinos y griegos la llaman Hado.
Los caractéres de su acción son la ciega necesidad y la fuerza ineludible; de aquí es que se ha representado por un ciego, ceñida su frente de corona de estrellas, empuñando un cetro o en su lugar sosteniendo una urna o unas balanzas; ponía a su lado una rueda sujeta por una cadena, escritura de los decretos del destino, y un libro dónde estaban escritos desde la eternidad, y dónde iban a leer los dioses, deseosos de saber el por venir; a los pies, tenía la Tierra por dominio.
Otro forma de sombolizar al Destino era por medio de una matrona, que llevaba el cuerno de la abundancia, o un timón en sus manos. El Destino no se corrige, va inflexible e incontrastable por su camino; porque es ciego en sus decretos y en su ejecución.
Su origen es trascendente, está por encima del mundo humano y del de los dioses. Cuando el Destino entrega a los hombres a la desgracia y las generaciones al crímen o a la ruina, nada en la naturaleza podrá dar razón a la fatalidad, que los envuelve.
Platón pone por encima del Destino, la idea del Bien, que es el principio de todas las cosas, de él procede paralelamente Dios y las ideas; el Destino es fuerza ineludible, más buena y suave; la creación brota del amor que el Bien impone a Dios, el Bien dominándolo todo, lo unifica y lo perfecciona.
Hesiodo decía que el Destino era hija del Caos y de la Noche, y tenía la suerte de cada hombre escrita en un lugar del Olimpo. Las Parcas eran las encargadas de hacer cumplir los decretos de la diosa del Destino y para ésto, una dictaba las órdenes, la otra las escribía y la tercera las cumplía, hilando en su rueca el hilo del destino de cada uno.
Los estoicos, por el contrario, afirmaban que el Destino era una fatal necesidad por la que ineludiblemente se relizaban todos los acontecimientos en el mundo.
No falta por ésto el mal en la armonía universal, que el Bien persigue; aquél es necesario y éste ha de tener en él su perpetuo antagonismo. Lo perfecto no puede existir sin el Mal, más éste acabará convirtiéndose en Bien.
Sthefania721:
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