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Había una vez, un par de hermanos, un niño y una niña que se llamaban Arturo y Ana. Ellos tuvieron una infancia feliz, llena de juegos y alguna pelea pero la mayor parte del tiempo lo pasaban imaginándose cómo sería su vida siendo mayores.
Fantaseaban con distintas profesiones, que viajaban a distintos lugares, teniendo una familia propia,... Lo típico.
El caso es que llegó la adolescencia y aunque estaban más pendientes de los novios y novias, siguieron estudiando. Cuando terminaron el instituto, ya era hora de decidir qué hacer y tenían tantas opciones que no terminaban de elegir.
Antonio tenía cierta fijación con la aventura y la acción así que se inscribió en el ejército, vería mundo y podría ayudar. Ana siguió sus pasos.
Ambos, juntos como siempre, hermanos que se protegían y daban ánimos en los momentos difíciles fueron capaces de superar cualquier cosa. Vieron pobreza, niños desprotegidos, gente que necesitaba ayuda sanitaria, personas que lo habían perdido todo y aún así, sabiendo que se tenían el uno al otro... Pudieron hacer su trabajo y mantenerse a salvo. Eran un equipo indestructible.
Hoy, están en el salón mirando fotos:recordando a compañeros, hablando del paso del tiempo, de lugares que con los años parece que por fin tendrán una nueva oportunidad... Y yo, hijo de uno y sobrino de la otra,no puedo dejar de emocionarme, es orgullo lo que siento porque ni la vejez ha conseguido que sigan haciendo planes e imaginándose a ellos y a sus familias comenzando nuevas excursiones, ayudando a otros, y sobre todo, superando obstáculos pero todos juntos.