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EL VIAJE SOBRE EL TIEMPO O LA LECTURA DE LOS CLASICOS.
Lo que ha consagrado y define como clásicos a determinados textos y autores es la lectura reiterada, fervorosa y permanente de los mismos a lo largo de tiempos y generaciones. Clásicos son aquellos libros leídos con una especial veneración a lo largo de siglos. Un libro clásico es un texto enormemente sugestivo, que invita a nuevas relecturas. Italo Calvino, en un estupendo ensayo recogido en su libro Por qué leer a los clásicos, daba 14 definiciones. Me gusta especialmente la que dice: "Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir".
Acaso ahí reside el misterioso atractivo fundamental de esos textos: en su inagotable capacidad de sugerencias. Siempre se puede encontrar en ellos algo nuevo, sugerente y aleccionador. Frente a tantos y tantos libros sólo entretenidos, ingeniosos, eruditos o muy doctos, pero de un solo encuentro, frente a tantos papeles de usar y tirar, los textos literarios se definen por admitir más de una apasionada lectura. Y los clásicos invitan a relecturas incontables.
Podríamos calificar a los libros clásicos como "la literatura permanente" -según frase de Schopenhauer-, en contraste con las lecturas de uso cotidiano y efímero, en contraste con los best sellers y los libros de moda y de más rabiosa actualidad. Suelen llegarnos rodeados de un prestigio y una dorada pátina añeja, pero conservan su agudeza y su frescura por encima del tiempo. Son los que han pervivido en los incesantes naufragios de la cultura, imponiéndose al olvido, la censura y la desidia. Algo tienen que los hace resistentes, necesarios, insumergibles. Son los mejores, libros "con clase", como sugiere la etimología latina del adjetivo classicus.
Pero eso no significa que esos textos se sitúen más allá de la historia, sino que su recepción, su fulgor y permanencia dependen de la estima más o menos constante de sus lectores y, por lo tanto, de las alternativas del gusto. Si se han mantenido como clásicos es porque siguen diciendo algo valioso a muchos, como una parte del "capital cultural" de una lengua o una nación o una cultura. Pero en la lealtad del lector hacia esos textos y su apreciación hay aspectos subjetivos e históricos que no debemos olvidar. Existe una valoración variable en el canon de los clásicos. Cada época tiene los suyos y, si me permiten la imagen, diría que las cotizaciones de la bolsa literaria tienen subidas y bajadas, más bien un tanto lentas. Son las generaciones de lectores las que eligen a los clásicos.
No todos los clásicos poseen igual grandeza ni paralelos atractivos o idénticos méritos, y no todos están situados a la misma distancia, en el tiempo y el idioma, de la sensibilidad del lector. Podríamos insinuar aquí una distinción sencilla entre los clásicos universales (aunque queda bien entendido que "universales" quiere decir los de nuestra civilización occidental) y los nacionales (en los que el uso del propio idioma resulta un rasgo decisivo para su valoración). Los primeros serían el núcleo del canon: Homero, Esquilo, Platón, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes o Molière. Son los gigantes de la literatura, cuya obra se alza esplendorosa por encima de su lengua, época y nación.
Los nacionales son los mejores representantes de una lengua y cultura, pero cuya grandeza resulta mejor valorada en su propia tradición cultural. Su uso del idioma los ha convertido en referencias indispensables de la escuela y la literatura nacional. Son Quevedo,Góngora, Chaucer, Sterne, Corneille, Racine, Schiller o Pushkin.
Y quizás podemos abrir una tercera lista, del todo subjetiva, de los clásicos que calificaríamos de "personales". Como decía Calvino, son los que con amor has seleccionado como "tus" clásicos, aquellos que uno considera amigos.
Siempre leemos a los clásicos desde nuestro momento y perspectiva. Siempre los recibimos en nuestro propio contexto. Don Quijote no es para nosotros, después de las lecturas de los románticos europeos, una novela cómica que parodia los libros de caballerías, como fue para sus primeros lectores en el siglo XVII. Su protagonista no es sólo un enloquecido hidalgo que parodia a los caballeros andantes, entre burlas y delirios, sino un símbolo patético del héroe hispano, idealista, envejecido, en choque con la realidad.
ayuden plis
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Respuestas
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1
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nooo manches a penas di puedo con lo mio perdoonnn
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Pana eso es mucho
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