Respuestas
La narración histórica busca hacer relativo con respecto a otros al objeto de
estudio dentro de una serie temporal. La historia pues nunca permitirá que la
materia de estudio elegida se mantenga de una forma autónoma. Siendo esto
así, que una nueva formación histórica no se sigue necesariamente de la
anterior, si bien se apoya y se despliega a partir de ella. En ello reside el
carácter abierto, siempre cambiante de la historia, a juicio de Dilthey. El
carácter cambiante de la historia proviene del trato del ser con el mundo como
objeto que lo trasciende y lo condiciona desde el exterior. Lo cual nos llena de
un enorme sentimiento de fragilidad y de finitud ante la vida.
El carácter cambiante, creativo si queremos, de la historia supone
ganancias, pero supone también pérdidas. Véanse por ejemplo las pérdidas de
la memoria colectiva, fruto de que los contenidos de la conciencia colectiva
Montserrat Huguet 2
no se encuentran siempre disponibles para los nuevos sujetos de la historia.
Ahora bien, el cambio o la creatividad no se manifiesta con igual intensidad y
rigor en todos los asuntos de la historia. El acontecimiento por ejemplo
expresa con más eficacia que cualquier otro aspecto de la historia el cambio
que la permanencia. En el otro extremo, las ideas parecen ser sin embargo
atemporales. Su eventual aparición o desaparición sólo es una circunstancia
externa a ellas mismas. Mientras que la acción inmediata expresa el carácter
creativo de la historia, las tradiciones culturales y las ideas heredadas lastran la
posibilidad de un cambio histórico absoluto. Mientras que el sujeto histórico
tiende a manifestar su identidad en el espacio de la innovación, las estructuras
creadas por los sujetos históricos que nos precedieron, estructuras de
mentalidad e institucionales, tienden a perpetuarse, a permanecer. Si el sujeto
tiende a radicalizar el cambio, los armazones objetivables de la historia tienden
a su eliminación. De ahí que la confrontación entre ambas actitudes llegue a
dar sentido a una idea de temporalidad alimentada por el sentido común y que
se fundamenta en la contingencia.
De entre todas, la principal quiebra reconocible en el tiempo histórico
occidental puede haber sido la modernidad, una forma inédita de
experimentar el decurso del tiempo, una ruptura fundamental con respecto a
los modos premodernos de la figuración histórica. Entre la modernidad y las
épocas precedentes se rompe la continuidad. La revolución de 1789
proporcionó una nueva perspectiva histórica, la génesis de una nueva
conciencia. El tiempo devenía en una dimensión inmanente, algo que los
sujetos desencadenan con su mismo actuar. La temporización de la historia
permitió situar a la diversidad cultural en un orden secuencial. El progreso
surgió como la noción que permitía establecer un antes y un después, atribuir
a cada fenómeno el momento apropiado en la lógica del desarrollo de la
historia.
Pero en realidad la noción de cambio en la historia tiene que ver con la
propia categorización del tiempo histórico1
. De entre todos los posibles, el
tiempo corto sitúa el ámbito de la experiencia inmediata, es el más ajustado a
la idea de cambio tal y como dicta el sentido común. En el tiempo corto se
mueven los acontecimientos, los eventos. El tiempo medio, el tiempo de las
generaciones, constituye un marco temporal muy útil para hacer referencia al
establecimiento de las condiciones estructurales que pretenden la
permanencia, tal y como decía antes. Aquí el cambio adopta la forma de un
conjunto de secuencias evolutivas de más largo alcance, lastradas por las
resistencias al cambio, o bien por el establecimiento de patrones de
comportamiento entre los diversos fenómenos. Finalmente, el tiempo largo,
que sobrepasa al de las generaciones, nos permite observar el cambio en las
condiciones estructurales fraguadas en el tiempo medio.