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En un pueblito de Ancash cuentan una historia muy bonita y estoy seguro que les gustará
Un día, a la Virgen de Huata – pueblito pintoresco de la sierra ancashina – se le perdió el niño. Jesús era un pequeñín travieso. Y como todos los pequeñines traviesos, le pidió permiso a su mamá para salir a jugar un rato. Ella lo bajó del altar y le dijo amorosamente:
- Anda, hijito mío, pero no te demores mucho…
Jesús echó a corres hacia el campo, y María, sonriendo, lo vio alejarse hasta desaparecerse entre las retamas amarillas. Ella sabía que el niño era dócil y obediente, por eso estaba segura de que no se alejaría demasiado.
Transcurrió el tiempo y llegó la noche. Pero el niño no regresaba. Entonces la Virgen, muy inquieta, salió a buscarlo.
Al mirar, se encendieron las luciérnagas.
- ¿No han visto a Jesús? - les preguntó la Virgen.
Pero las luciérnagas no supieron informarle.
Entonces, la Virgen preguntó a la acequia:
- Agüita, agüita, ¿no jugó contigo mi niño?
- Si, estuvimos jugando, pero luego se alejó- respondió la acequia.
La Virgen continuó caminando, muy preocupada. Les inquirió a los sauces:
- ¿No se trepó a sus ramas, arbolitos verdes?
- Si, lo mecimos en nuestras ramas, pero luego se fue a los campos de cebada – respondieron los sauces.
- Brillantes espiguitas, ¿no las acarició mi niño? – les preguntó la Virgen.
- Si, por eso estamos muy lustrosas. Pero luego se marchó con el alfalfar – replicaron las espiguitas de cebada.
El alfalfar le confirmó:
- Si pasó por mi lado…, pero siguió de largo.
La angustia le oprimía el corazón a la Virgen. De pronto, en la oscuridad, divisó un resplandor. Camino presurosa hasta allí, y entro los trigos maduros, encontró a Jesús, profundamente dormido.
La Virgen lo alzó hacia su pecho, y, estrechándolo, retornó feliz al retablo, mientras quedaba el trigal misteriosamente iluminado…
Sus lágrimas se habían derramado sobre unas florecillas y todos los habitantes del pueblito, al verlas tan brillantes, comentaron:
¡Qué preciosas flores, qué puras, qué frescas! ¡Si parecen lágrimas de la Virgen!
Y desde entonces, a esas flores las llaman “lágrimas de la Virgen”
Un día, a la Virgen de Huata – pueblito pintoresco de la sierra ancashina – se le perdió el niño. Jesús era un pequeñín travieso. Y como todos los pequeñines traviesos, le pidió permiso a su mamá para salir a jugar un rato. Ella lo bajó del altar y le dijo amorosamente:
- Anda, hijito mío, pero no te demores mucho…
Jesús echó a corres hacia el campo, y María, sonriendo, lo vio alejarse hasta desaparecerse entre las retamas amarillas. Ella sabía que el niño era dócil y obediente, por eso estaba segura de que no se alejaría demasiado.
Transcurrió el tiempo y llegó la noche. Pero el niño no regresaba. Entonces la Virgen, muy inquieta, salió a buscarlo.
Al mirar, se encendieron las luciérnagas.
- ¿No han visto a Jesús? - les preguntó la Virgen.
Pero las luciérnagas no supieron informarle.
Entonces, la Virgen preguntó a la acequia:
- Agüita, agüita, ¿no jugó contigo mi niño?
- Si, estuvimos jugando, pero luego se alejó- respondió la acequia.
La Virgen continuó caminando, muy preocupada. Les inquirió a los sauces:
- ¿No se trepó a sus ramas, arbolitos verdes?
- Si, lo mecimos en nuestras ramas, pero luego se fue a los campos de cebada – respondieron los sauces.
- Brillantes espiguitas, ¿no las acarició mi niño? – les preguntó la Virgen.
- Si, por eso estamos muy lustrosas. Pero luego se marchó con el alfalfar – replicaron las espiguitas de cebada.
El alfalfar le confirmó:
- Si pasó por mi lado…, pero siguió de largo.
La angustia le oprimía el corazón a la Virgen. De pronto, en la oscuridad, divisó un resplandor. Camino presurosa hasta allí, y entro los trigos maduros, encontró a Jesús, profundamente dormido.
La Virgen lo alzó hacia su pecho, y, estrechándolo, retornó feliz al retablo, mientras quedaba el trigal misteriosamente iluminado…
Sus lágrimas se habían derramado sobre unas florecillas y todos los habitantes del pueblito, al verlas tan brillantes, comentaron:
¡Qué preciosas flores, qué puras, qué frescas! ¡Si parecen lágrimas de la Virgen!
Y desde entonces, a esas flores las llaman “lágrimas de la Virgen”
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cuánto
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fffffffffffffff
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