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Revoluciones de 1848, serie de insurrecciones acaecidas en diversos países europeos donde habían fracasado los intentos de llevar a cabo reformas económicas y políticas. Estas revoluciones, de carácter liberal democrático y nacionalista, fueron iniciadas por miembros de la burguesía, que reclamaban gobiernos constitucionales y representativos, y por trabajadores y campesinos, que se rebelaban contra el aumento de las prácticas capitalistas que les estaban sumiendo en la pobreza. Estas peticiones se unieron a consideraciones nacionalistas en aquellos pueblos sometidos a un gobierno extranjero que consideraban necesario crear un Estado propio, sobre bases liberales, para garantizar su carácter nacional. Tal fue el caso de alemanes, italianos, checos, húngaros y rumanos. Pese a que los logros alcanzados gracias a las revoluciones de 1848 no perduraron, este movimiento ejerció una influencia a largo plazo en los gobiernos europeos al minar el concepto absolutista de la monarquía y promover una corriente en favor del liberalismo y el socialismo.
El primer estallido revolucionario se produjo en febrero de 1848 en Francia, donde los defensores del sufragio universal y los socialistas, liderados por Louis Blanc, derrocaron al rey Luis Felipe I de Orleans y proclamaron la II República. Sin embargo, la falta de consenso en el gobierno a causa de las reformas políticas y económicas provocó cruentas luchas en las calles de París. A finales de 1848 fue elegido presidente el sobrino de Napoleón Bonaparte, Luis Napoleón (más tarde Napoleón III). Esta rebelión dio origen a movimientos en favor de la unificación nacional en los estados alemanes e italianos. Los liberales alemanes formaron una Asamblea nacional de toda Alemania en Frankfurt del Main. No obstante, el gobierno provisional no llegó a tomar una decisión sobre el régimen del nuevo Estado y acabó por restaurarse el antiguo sistema, aunque hubo estados como Prusia que establecieron una Constitución. Las insurrecciones que se produjeron en Italia obligaron a huir al papa Pío IX; Giuseppe Mazzini, patriota italiano que propugnaba la unificación italiana bajo un régimen republicano, proclamó la República Romana en 1849, pero ésta no tardó en ser abolida. Lo mismo ocurrió en Lombardía y Venecia, sometidas a los austriacos, que declararon su independencia apoyados por el reino de Cerdeña; sin embargo, las tropas austriacas dirigidas por el general Radetzky sofocaron duramente la revuelta tras derrotar a los italianos en Custozza. Aunque todas estas revoluciones fracasaron, la corriente en favor de la unificación adquirió fuerza en los años siguientes: Italia culminaría este proceso en 1861 y en 1871 lo hizo Alemania.
El aumento del sentimiento nacionalista entre los checos, húngaros, alemanes y otros pueblos que se encontraban bajo el dominio del Imperio austriaco ocasionó revueltas, y el príncipe Klemens von Metternich y el emperador de la Casa de Habsburgo, Fernando I, fueron derrocados en marzo de 1848. Las insurrecciones en Viena permitieron la formación de una asamblea constituyente y la emancipación del campesinado. En Praga, se reunió una asamblea de los eslavos sometidos al Imperio austriaco, pero el enfrentamiento entre checos y germanos permitió al ejército austriaco sofocar la rebelión. En Hungría, que se hallaba bajo el poder de Austria, Lajos Kossuth asumió el control de un gobierno que declaró la independencia de todos los territorios húngaros. No obstante, su nacionalismo extremo le granjeó la enemistad de numerosos grupos minoritarios. Finalmente, los serbios, croatas y transilvanos, ayudados por Austria y Rusia, pusieron fin al conato independentista húngaro al año siguiente. En España, bajo el reinado de Isabel II, las Revoluciones de 1848 tuvieron un efecto menor que en el resto de Europa. Sólo en Madrid, Sevilla, Valencia y Cataluña se produjeron insurrecciones de cierta importancia, que fueron duramente reprimidas, por el general Ramón María Narváez.
Revoluciones de 1848, serie de insurrecciones acaecidas en diversos países europeos donde habían fracasado los intentos de llevar a cabo reformas económicas y políticas. Estas revoluciones, de carácter liberal democrático y nacionalista, fueron iniciadas por miembros de la burguesía, que reclamaban gobiernos constitucionales y representativos, y por trabajadores y campesinos, que se rebelaban contra el aumento de las prácticas capitalistas que les estaban sumiendo en la pobreza. Estas peticiones se unieron a consideraciones nacionalistas en aquellos pueblos sometidos a un gobierno extranjero que consideraban necesario crear un Estado propio, sobre bases liberales, para garantizar su carácter nacional. Tal fue el caso de alemanes, italianos, checos, húngaros y rumanos. Pese a que los logros alcanzados gracias a las revoluciones de 1848 no perduraron, este movimiento ejerció una influencia a largo plazo en los gobiernos europeos al minar el concepto absolutista de la monarquía y promover una corriente en favor del liberalismo y el socialismo.
El primer estallido revolucionario se produjo en febrero de 1848 en Francia, donde los defensores del sufragio universal y los socialistas, liderados por Louis Blanc, derrocaron al rey Luis Felipe I de Orleans y proclamaron la II República. Sin embargo, la falta de consenso en el gobierno a causa de las reformas políticas y económicas provocó cruentas luchas en las calles de París. A finales de 1848 fue elegido presidente el sobrino de Napoleón Bonaparte, Luis Napoleón (más tarde Napoleón III). Esta rebelión dio origen a movimientos en favor de la unificación nacional en los estados alemanes e italianos. Los liberales alemanes formaron una Asamblea nacional de toda Alemania en Frankfurt del Main. No obstante, el gobierno provisional no llegó a tomar una decisión sobre el régimen del nuevo Estado y acabó por restaurarse el antiguo sistema, aunque hubo estados como Prusia que establecieron una Constitución. Las insurrecciones que se produjeron en Italia obligaron a huir al papa Pío IX; Giuseppe Mazzini, patriota italiano que propugnaba la unificación italiana bajo un régimen republicano, proclamó la República Romana en 1849, pero ésta no tardó en ser abolida. Lo mismo ocurrió en Lombardía y Venecia, sometidas a los austriacos, que declararon su independencia apoyados por el reino de Cerdeña; sin embargo, las tropas austriacas dirigidas por el general Radetzky sofocaron duramente la revuelta tras derrotar a los italianos en Custozza. Aunque todas estas revoluciones fracasaron, la corriente en favor de la unificación adquirió fuerza en los años siguientes: Italia culminaría este proceso en 1861 y en 1871 lo hizo Alemania.
El aumento del sentimiento nacionalista entre los checos, húngaros, alemanes y otros pueblos que se encontraban bajo el dominio del Imperio austriaco ocasionó revueltas, y el príncipe Klemens von Metternich y el emperador de la Casa de Habsburgo, Fernando I, fueron derrocados en marzo de 1848. Las insurrecciones en Viena permitieron la formación de una asamblea constituyente y la emancipación del campesinado. En Praga, se reunió una asamblea de los eslavos sometidos al Imperio austriaco, pero el enfrentamiento entre checos y germanos permitió al ejército austriaco sofocar la rebelión. En Hungría, que se hallaba bajo el poder de Austria, Lajos Kossuth asumió el control de un gobierno que declaró la independencia de todos los territorios húngaros. No obstante, su nacionalismo extremo le granjeó la enemistad de numerosos grupos minoritarios. Finalmente, los serbios, croatas y transilvanos, ayudados por Austria y Rusia, pusieron fin al conato independentista húngaro al año siguiente. En España, bajo el reinado de Isabel II, las Revoluciones de 1848 tuvieron un efecto menor que en el resto de Europa. Sólo en Madrid, Sevilla, Valencia y Cataluña se produjeron insurrecciones de cierta importancia, que fueron duramente reprimidas, por el general Ramón María Narváez.
eurquizahuaman:
Espero que te sirva la infoprmacion
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