Respuestas
Un hombre terminaba de hacer limpieza, la quinta calle del bananal, el hombre y su machete. El hombre muy satisfecho decidió descansar un rato en el pasto, cruzó el alambrado y su pie izquierdo resbaló sobre una cáscara y se le escapó el machete. Mientras caía el hombre, no veía por ningún lado el machete, estando tendido en el pasto, el hombre había caído como hubiera querido caer, de rodillas, pero cuando intento mover la cabeza, fue en vano. De reojo, pudo ver tras el antebrazo por debajo del cinto, surgía la empuñadura del machete, y la mitad de la hoja del machete , pero el resto no se veía. En su mente hizo cálculos de cuanto era la trayectoria del machete, que estaría dentro de su vientre, y es allí que llegó a entender el término de su existencia. La muerte, no han pasado ni dos segundos y el hombre sigue ahí tendido, abriendo los ojos y mirando, es tan resistente y piensa que es una pesadilla.
El hombre puede ver a lo lejos, desde el duro suelo el techo rojo de su casa y escucha los pasos del caballo, en el puentecito, es el joven que todo los días pasaba por allí, sabe qué horas es, once y media y sabe que distancia hay de, el camino hasta el cerco quince metros. Así que nadie pensaría lo que lo está pasando, porque es uno de esos tantos días en que él está en su potrero, en su bananal. Solo él es distinto.
El hombre muy fatigado, pero no es que haya resbalado, si él sabe cómo se maneja un machete de monte, se resiste a aceptar un echo de esa trascendencia. Ya muy cerca de las doce en punto, su mujer y su hijo salen en busca del hombre, llevándole su almuerzo y a lo lejos oye la voz de su hijo que dice ¡Piapiá! ¡Piapiá!.
Muy cansado empezó a ver a su alrededor, todo lo que había cuidado, estaba echado con las piernas recogidas, como todos los días solía hacerlo, pero esta vez descansaba para siempre.