• Asignatura: Castellano
  • Autor: GABRIELA7563
  • hace 4 años

el cuento del heladero​


GABRIELA7563: hola
GABRIELA7563: Hola
GABRIELA7563: Holaaaa
GABRIELA7563: oyeeeeeeeeeeeree
GABRIELA7563: hoyreeeee
anibasualdo440: ok
GABRIELA7563: ya te fu coronita grasias
GABRIELA7563: me podías segir
GABRIELA7563: porfa
GABRIELA7563: y te sigo

Respuestas

Respuesta dada por: anibasualdo440
3

Erase una vez no hace tanto tiempo, un niño llamado Álvaro que vivía junto a su familia en la calle principal del pueblo. El abuelo, el papá y la mamá de Álvaro trabajaban desde el comienzo de la primavera hasta que finalizaba el verano haciendo riquísimos helados y horchatas que luego vendían en la heladería familiar. Sus helados tenían una gran fama en el pueblo, pues la mayoría de sus habitantes coincidían en que tenían sabores y texturas maravillosos.

Una tarde de verano, el pequeño había invitado a merendar a uno de sus mejores amigos a la heladería. Álvaro bebía una horchata fresquita mientras que su amigo tomaba un barquillo de chocolate, estaban muy contentos y con ganas de terminar la merienda para ir a jugar a la plazoleta.

Pero antes de terminar la merienda, el buen amigo de Álvaro le dijo muy sonriente:

– ¡Ya sé en qué voy a trabajar cuando sea mayor!

Álvaro, que quería saber que era ese trabajo que tanto animaba a su amigo no pudo evitar preguntarle al respecto, a lo que su amigo siguió añadiendo:

– Yo de mayor voy a ser policía, igual que mi vecino. Capturando a los malos, ganando una fortuna y siendo un héroe. ¡Es el mejor trabajo de todos!… Y Álvaro, ¿Que vas a ser tú de mayor?

Quedó asombradísimo con la pregunta que le estaba haciendo su amigo, pues Álvaro aún no lo había pensado. Todavía no sabía que quería ser de mayor, y viendo lo alegre que estaba su amigo pensó que debería de decidirlo rápido.

– No lo sé, aún no lo he pensado… – dijo algo tímido.

– No te preocupes, seguro que aún tienes unos días para pensarlo.

Esa misma noche, Álvaro llegó a casa y se dispuso a ayudar a su papá y su mamá con la elaboración de las cremas de los helados, tal y como hacía la mayoría de los días. Pero el niño estaba más serio y cabizbajo de lo habitual. Algo le preocupaba.

– ¿Te encuentras bien? – le preguntó mamá.

– Si… bueno… – contestó.

– ¿Solo bueno? Cuéntame lo que te pasa, que seguro puedo ayudarte.

– Mamá, es que mis amigos ya saben lo que van a ser cuando sean mayores, pero yo no…

– ¿Y eso es lo que te preocupa? Aún eres joven para saberlo, pero puedes fijarte a lo que se dedican las demás personas y decidir. Y cuando tengas claro a lo que quieres te quieres dedicar cuando seas adulto, solo tienes que estudiar y trabajar mucho para para conseguirlo. – explicó mamá en un tono muy comprensivo.

A la mañana siguiente Álvaro seguía pensando y pensando sobre cuál sería el mejor trabajo para él. Y como seguía sin tener ninguna idea, decidió salir a pasear por el pueblo observando lo que hacían el resto de los vecinos.

Primero, en el puesto de prensa que había cerca de la heladería pudo ver como una señora vendía revistas y periódicos. Parecía un buen trabajo, pero era un puesto demasiado pequeño para estar todo el día.

Siguió caminando por la calle principal dirección a la plaza del pueblo, pero antes hizo una parada para observar al señor banquero, el cuál vestía elegante y había llegado al trabajo en un coche que parecía costar mucho dinero. Eso le gustaba a Álvaro, pero entonces vio la cantidad de personas y de papeleos que le esperaban y decidió seguir buscando.

Durante su paseo observó también al cartero que trabajaba llevando las cartas en verano pero también en invierno con frío y bajo la lluvia, a un albañil que arreglaba un tejado bajo el caluroso sol del medio día, a una dependienta doblando sin parar prendas de vestir, al carnicero cortando la carne y a otros muchos trabajadores. Pero Álvaro no se sentía identificado con ninguno de ellos. Seguía sin saber en qué trabajaría de mayor y esto le seguía apagando su sonrisa.

Al final de su caminata por las calles cercanas a la heladería decidió volver con su familia, pues era la hora de ayudar a cocinar los deliciosos helados que allí se vendían. La verdad que Álvaro, para su joven edad, los hacía casi tan ricos como los de su abuelo y su papá. En la fabricación de los helados y horchatas nuestro protagonista se sentía feliz olvidando por un rato pensar en qué trabajaría cuando fuera mayor o en cualquier otra cosa que le rondase por la cabeza. Ayudaba y sonreía.

Enseguida, su mamá que lo estaba observando desde la puerta de la sala, le animó diciéndole:

– Me alegro que seas tan feliz haciendo los helados.

Entonces Álvaro, comprendió que la mayoría de las respuestas se encuentran delante de nuestros ojos aunque no las sepamos ver. Lo había tenido delante todo este tiempo, asique sonrió y corrió hasta donde estaba su mamá para darle un abrazo, mientras decía:

– Mamá, ya sé que voy a ser de mayor. ¡Voy a ser Heladero!

la verdad no sabia que hacer esique te dejo el cuento


GABRIELA7563: primero pasaselo
GABRIELA7563: ya te la di
anibasualdo440: ya selo pase
GABRIELA7563: ya te di corona
GABRIELA7563: medices pofa
GABRIELA7563: perdón
GABRIELA7563: me siges
GABRIELA7563: y te sigo
anibasualdo440: ok ahora te sigo
GABRIELA7563: ok grasis y te sigo
Respuesta dada por: ortizcardenasrosmery
3

Respuesta:

Erase una vez no hace tanto tiempo, un niño llamado Álvaro que vivía junto a su familia en la calle principal del pueblo. El abuelo, el papá y la mamá de Álvaro trabajaban desde el comienzo de la primavera hasta que finalizaba el verano haciendo riquísimos helados y horchatas que luego vendían en la heladería familiar. Sus helados tenían una gran fama en el pueblo, pues la mayoría de sus habitantes coincidían en que tenían sabores y texturas maravillosos.

Una tarde de verano, el pequeño había invitado a merendar a uno de sus mejores amigos a la heladería. Álvaro bebía una horchata fresquita mientras que su amigo tomaba un barquillo de chocolate, estaban muy contentos y con ganas de terminar la merienda para ir a jugar a la plazoleta.

Pero antes de terminar la merienda, el buen amigo de Álvaro le dijo muy sonriente:

– ¡Ya sé en qué voy a trabajar cuando sea mayor!

Álvaro, que quería saber que era ese trabajo que tanto animaba a su amigo no pudo evitar preguntarle al respecto, a lo que su amigo siguió añadiendo:

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– Yo de mayor voy a ser policía, igual que mi vecino. Capturando a los malos, ganando una fortuna y siendo un héroe. ¡Es el mejor trabajo de todos!… Y Álvaro, ¿Que vas a ser tú de mayor?

Quedó asombradísimo con la pregunta que le estaba haciendo su amigo, pues Álvaro aún no lo había pensado. Todavía no sabía que quería ser de mayor, y viendo lo alegre que estaba su amigo pensó que debería de decidirlo rápido.

– No lo sé, aún no lo he pensado… – dijo algo tímido.

– No te preocupes, seguro que aún tienes unos días para pensarlo.

Esa misma noche, Álvaro llegó a casa y se dispuso a ayudar a su papá y su mamá con la elaboración de las cremas de los helados, tal y como hacía la mayoría de los días. Pero el niño estaba más serio y cabizbajo de lo habitual. Algo le preocupaba.

– ¿Te encuentras bien? – le preguntó mamá.

– Si… bueno… – contestó.

– ¿Solo bueno? Cuéntame lo que te pasa, que seguro puedo ayudarte.

– Mamá, es que mis amigos ya saben lo que van a ser cuando sean mayores, pero yo no…

– ¿Y eso es lo que te preocupa? Aún eres joven para saberlo, pero puedes fijarte a lo que se dedican las demás personas y decidir. Y cuando tengas claro a lo que quieres te quieres dedicar cuando seas adulto, solo tienes que estudiar y trabajar mucho para para conseguirlo. – explicó mamá en un tono muy comprensivo.

A la mañana siguiente Álvaro seguía pensando y pensando sobre cuál sería el mejor trabajo para él. Y como seguía sin tener ninguna idea, decidió salir a pasear por el pueblo observando lo que hacían el resto de los vecinos.

Primero, en el puesto de prensa que había cerca de la heladería pudo ver como una señora vendía revistas y periódicos. Parecía un buen trabajo, pero era un puesto demasiado pequeño para estar todo el día.

Siguió caminando por la calle principal dirección a la plaza del pueblo, pero antes hizo una parada para observar al señor banquero, el cuál vestía elegante y había llegado al trabajo en un coche que parecía costar mucho dinero. Eso le gustaba a Álvaro, pero entonces vio la cantidad de personas y de papeleos que le esperaban y decidió seguir buscando.

Durante su paseo observó también al cartero que trabajaba llevando las cartas en verano pero también en invierno con frío y bajo la lluvia, a un albañil que arreglaba un tejado bajo el caluroso sol del medio día, a una dependienta doblando sin parar prendas de vestir, al carnicero cortando la carne y a otros muchos trabajadores. Pero Álvaro no se sentía identificado con ninguno de ellos. Seguía sin saber en qué trabajaría de mayor y esto le seguía apagando su sonrisa.

Al final de su caminata por las calles cercanas a la heladería decidió volver con su familia, pues era la hora de ayudar a cocinar los deliciosos helados que allí se vendían. La verdad que Álvaro, para su joven edad, los hacía casi tan ricos como los de su abuelo y su papá. En la fabricación de los helados y horchatas nuestro protagonista se sentía feliz olvidando por un rato pensar en qué trabajaría cuando fuera mayor o en cualquier otra cosa que le rondase por la cabeza. Ayudaba y sonreía.

Enseguida, su mamá que lo estaba observando desde la puerta de la sala, le animó diciéndole:

– Me alegro que seas tan feliz haciendo los helados.

Entonces Álvaro, comprendió que la mayoría de las respuestas se encuentran delante de nuestros ojos aunque no las sepamos ver. Lo había tenido delante todo este tiempo, asique sonrió y corrió hasta donde estaba su mamá para darle un abrazo, mientras decía:

– Mamá, ya sé que voy a ser de mayor. ¡Voy a ser Heladero!

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