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En sus orígenes, la Unión Cívica Radical reconocía su razón de ser en la superación de los gobiernos personales y arbitrarios. Su
primer presidente, Leandro N. Alem, fue uno de los pocos que en los años 90 reivindicaba la necesidad de formar partidos políticos como
parte de la consolidación del gobierno representativo, y la carta orgánica de 1892 estableció que la organización debía ser impersonal y
tener un programa. A partir de allí, el radicalismo se consolidó como partido, aunque el liderazgo de Yrigoyen -que supuso la
identificación del radicalismo con la nación y con su líder, portador de un mandato histórico y apóstol de una causa-, y la renuncia a
sancionar un programa que aportara definiciones concretas frente a problemas puntuales tensionaron las premisas iniciales. Sin
embargo, las dos tradiciones de pensamiento, la de Alem y la de Yrigoyen, persistieron y formaron parte de la identidad radical. La causa
no anuló al partido.