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En 1904 Vladimir Ilich Lenin escribió un ensayo titulado Un paso adelante, dos pasos atrás. En dicha obra expone la necesidad que tienen los revolucionarios de dar marcha atrás en algunos casos (excepcionales) porque retroceder “Es algo que sucede en la vida de los individuos, en la historia de las naciones y en el desarrollo de los partidos”. Esto lo dice Lenin para explicar que el proceso revolucionario puede sufrir reveses y fracasos que hay que saber enfrentar con paciencia y astucia.
Al encontrar algún escollo en el camino, la táctica leninista sugiere una ligera variación de dirección para, de esa manera, ir consolidando la revolución. A veces, se impone un cambio de velocidad para sortear los tropiezos que el camino presenta a la revolución. El retroceso es siempre para consolidar posiciones; si pierde una, recupera otra. El final de la propuesta leninista es aniquilar al enemigo para consolidar la revolución.
En el caso de la revolución bolivariana, las “elecciones” del 20M representan un revés rotundo y constituyen su punto de inflexión, el cual responde a la enorme crisis de gobernabilidad y de liderazgo que ha generado la hiperinflación más alta de la historia del país. A esto hay que añadir el manejo antidemocrático del proceso “electoral”, teñido de ventajismos dictatoriales, el control del Poder Electoral, la presencia perturbadora de la asamblea nacional constituyente, la represión, los dirigentes políticos inhabilitados y los partidos ilegalizados, el carnet de la patria -símbolo del populismo más agresivo-, los puntos rojos y la mentira como fundamento de la política. Estas razones vacían de contenido el derecho al voto.
A los atropellos cometidos sucesivamente por el régimen en el intento de consolidar el poder “como sea” se opone la resistencia de las democracias occidentales que no reconocen los resultados electorales ni a la asamblea nacional constituyente. Como consecuencia de todo ello, la revolución se ha topado con un obstáculo que pretende superar con ofertas engañosas, como el llamado a diálogo y a la unidad nacional.
Cónsono con lo anterior, el “presidente reelecto”, el día de la proclamación ante el Consejo Nacional Electoral afirmó: “Quiero ir hacia un gobierno de reconciliación nacional, lo ratifico. Un gobierno de unidad nacional para hacer la revolución”. Y aquí nos coloca ante un oxímoron: unidad nacional para hacer la revolución cuando el 80 % por ciento de los venezolanos repudia la revolución. Se trata de una propuesta incompatible con el deseo de la mayoría y, por lo tanto, una ficción dirigida a mantener con esperanzas a la minoría que todavía lo respalda.