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En nuestra sociedad existe un conjunto de patrones de comportamiento, formas de pensar y sentir mediante los cuales se significa el ser varón o mujer. Estos condicionamientos sociales tienen impacto sobre la forma en que las personas pueden estar vivenciando su sexualidad. Muchas personas han introyectado estos modelos que establecen como debe vivirse la sexualidad.
El seguimiento a-crítico de estos parámetros implica la enajenación del ejercicio de la sexualidad, en virtud de que las personas en lugar de expresarse tal como son, buscan el asimilarse a los patrones establecidos negando su individualidad. En esta enajenación, los condicionamientos sociales son introyectados por las personas convirtiéndose en una serie de expectativas que marcan los cánones bajo los cuales experimentan su sexualidad. Así por ejemplo los varones pueden auto-imponerse estándares que demandan de ellos una potencia sexual que implica la posibilidad de que tengan erecciones más frecuentes o de mayor duración. En el caso de las mujeres, ellas pueden haber introyectado modelos que les exigen contar con los atributos físicos que conduzcan a desarrollar su capacidad de seducción sexual. De tal forma que su autoestima puede estar en función de que tanto se alejen o acerquen a los cánones de belleza femenina. La comparación de las formas de sentir y actuar concretas respecto de su sexualidad con los ideales que se les presentan pueden redundar en sentimientos de frustración, de vergüenza o culpa.
En virtud de que los patrones culturales establecen desde fuera, pautas, comportamientos, creencias y valores asociados al ser varón o mujer, no necesariamente corresponden con las particularidades bajo las cuales las personas concretas experimentan su sexualidad. La incapacidad de cuestionar estos patrones que establecen ideales respecto de lo que debe ser el ejercicio de la sexualidad humana, limita la posibilidad de encontrar nuevos caminos constructivos que guíen el ejercicio de una sexualidad plena y satisfactoria. El reconocimiento de la existencia de estos condicionamientos sociales y el establecer una distancia respecto de los mismos, permite a las personas el desarrollo de vías alternas para el ejercicio de una sexualidad más libre, auténtica y sobre todo basada en valores morales más equitativos. Si se cuestionan estos estándares poco realistas y en su lugar se acepta la existencia de personas reales que se comportan de acuerdo con sus historias de vida, sus creencias y los recursos con los que cuentan, es posible que la empatía, la comprensión y la aceptación de las diferencias, proporcionen nuevos horizontes en el ejercicio de la sexualidad humana. Si se reconoce la individualidad y la diferencia será más factible la construcción de nuevas formas de experimentar una sexualidad más auténtica y satisfactoria.