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Buenos Aires era por entonces una joven ciudad, mucho menos sofisticada que lo que podríamos imaginar. Ya no era un poblado en torno a un puerto de contrabandistas, pero tampoco una cuadrícula ordenada. Polvo por doquier y con las lluvias barro, y entre tanto los enormes pozos en los que podía caerse una carreta. Los registros señalan que los vecinos construían sus casas con la amalgama que elaboraban a partir de la tierra que sacaban, de ahí nomás, de las calles. Por esta razón las lluvias no eran cosa a dejar pasar, los charcos eran verdaderas trampas mortales. Muchos relatos de la época dan cuenta también de la falta de higiene, esto es, la basura se tiraba literalmente en cualquier lado, los animales muertos, ahí quedaban, fuera un caballo o un toro, los olores no eran menores, el río hacía lo suyo