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Los arqueólogos han propuesto un amplio abanico de teorías para explicar el origen de los estados mesoamericanos; en ellas se considera fundamental la guerra, pues creen que se desarrolló a la par de los primeros cacicazgos de la región, durante el periodo Preclásico (1500 a.C.-200 d.C.). La abundante investigación en Oaxaca nos revela que la guerra fue un factor esencial para que los primeros cacicazgos se convirtieran en estados, como en el caso de Monte Albán. Conforme aumentó la población y la agricultura se hizo intensiva en el Valle de Oaxaca, la tierra fértil se volvió más escasa; los caciques zapotecos comenzaron entonces a organizar a sus hombres más fuertes para hacer incursiones y apoderarse de las tierras de los vecinos. Los pueblos derrotados se convirtieron en una importante fuente de mano de obra, y los jefes más poderosos les exigieron tributo, en bienes o servicios, a cambio de no ejercer más violencia. Esto llevó a una intensificación de la guerra, pues se construyeron nuevas defensas y nuevos métodos de combate para inutilizar estas defensas.
Los grupos gobernantes que lograron dominar el Valle de Oaxaca comenzaron a expandirse hacia otros valles, y los vencedores formaron los primeros estados de Mesoamérica. Este proceso de desarrollo se muestra gráficamente en los monumentos de Monte Albán. Entre los afamados “danzantes” hay retratos de cautivos de los cacicazgos enemigos, derrotados y sacrificados ritualmente. Más adelante, la derrota de comunidades enteras se proclamó grabando su topónimo con la cabeza decapitada del dirigente derrotado colocada hacia abajo. En la medida que los jefes se volvieron más poderosos y las sociedades más estratificadas, aparecieron ejércitos de tiempo completo, que propiciaron el surgimiento de estados militaristas, siempre listos para el combate. Durante el Clásico, aproximadamente entre 200 y 700 d.C., los señores de Monte Albán dominaron los asuntos políticos de gran parte de lo que ahora es Oaxaca, llegando incluso hasta la Mixteca Alta, por el norte, y hasta Teotihuacan, por el valle de Tehuacán.
Hacia 1500 d.C. la organización política de los zapotecos era muy distinta de la que tuvieron durante el Clásico. Monte Albán, como capital, había sido abandonada alrededor de 800 d.C. y los zapotecos se habían organizado en múltiples estados pequeños, regidos por múltiples reyes y reinas que se reconocían como emparentados entre sí, descendientes de las diversas casas reinantes, multiétnicas, que había en Oaxaca. Los matrimonios entre los zapotecos de Zaachila y los mixtecos de Tilantongo se consideraban entre los más prestigiosos. La tierra laborable era vista como una valiosa mercancía en tan escarpados terrenos. Los nobles de menor rango pagaban toda clase de tributos a los grandes señores: desde alimentos hasta oro, e incluso con ayuda militar. Los matrimonios entre las elites, por tanto, eran una forma de adquirir estatus y se practicaban con frecuencia para tener acceso a más bienes y mejores tierras.
La guerra era exclusiva, casi siempre, de las casas gobernantes: los campesinos participaban en ellas obligados por su condición de servidumbre y sólo se reclutaba a adultos fuertes de cierta edad. Se reclutaban ejércitos de hasta mil hombres y se organizaban en siete unidades, encabezadas por alguno de los nobles de alto rango. Con frecuencia se declaraba la guerra formalmente y se fijaba un campo de batalla, por lo general en los linderos de los dos reinos. Ya que la guerra se debía casi siempre a disputas sobre tierras o sobre herencias, el rey (o reina) que era atacado prefería encomendar a sus consejeros de guerra el enfrentar al agresor. Una vez determinados los frentes, los mejores guerreros de un reino elegían a enemigos de rango similar, muchas veces emparentados con ellos; los plebeyos se enfrentaban entre sí.
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