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En la International Clasification Disease (ICD) o Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) no aparece ningún trastorno que diga: “Juicios de valor”, sin embargo, en nuestra opinión debería aparecer. Dentro de los hábitos más perniciosos a los que estamos acostumbrados en nuestra sociedad, el hacer juicios de valor sobre personas, es uno de los más dañinos para la salud, tanto psíquica como física.
Vivimos constantemente emitiendo opinión sobre las características personales de prácticamente todo el mundo. Fulano de tal es un tonto, menganita es una loca o zutanito es una mala persona. Estamos tan acostumbrados a hacerlo, que no se nos ocurre que pueda existir un mundo en el que no se hable mal de los otros.
Una cosa que debemos conocer, es que dentro de la gran panoplia de descalificaciones y adjetivos denigrantes que podemos emitir sobre nuestros semejantes, en realidad, son solo tres las descalificaciones básicas con las que contamos para desacreditar a los demás. Todo lo que pensemos o digamos se puede resumir a acusar al otro de torpe, malo o loco. Vea su entorno, observe su trabajo o a los miembros de su familia, verá que con rebuscadas palabras, cuando se descalifica a alguien, en el fondo se lo está acusando de por lo menos una de estas tres cosas.
De lo que no nos damos cuenta, es que erigirnos como jueces de los demás, es validar los juicios de valor como una forma adecuada de comunicación humana, y realmente no tiene que ser así.
Por otro lado, al actuar de esta manera, tácitamente le estamos dando permiso a quién quiera para que opine u juzgue lo que nosotros somos como seres humanos. Lo que va en una dirección, bien puede venir en la opuesta.
A su vez, dado que ya inconscientemente hemos aceptado los juicios de valor en nuestro patrón comunicacional, de manera automática comenzamos a usarlos en contra de nosotros mismos, y no pasamos un día sin que nos acusemos de una cosa o de otra.
Vivir así es vivir en un campo de batalla, en el cual el otro es alguien a quien tengo el derecho de juzgar, por lo cual el otro siempre es un enemigo potencial que también tiene el derecho a juzgarnos y emitir opinión sobre nosotros y eso obviamente genera suspicacia y temor. Si encima de todo, nosotros también nos juzgamos habitualmente, lo natural es que el temor y la culpa se instalen en nuestras vidas. Llenos de miedo y culpa ¿cómo podemos aspirar a vivir en paz?
Debemos hacer una importante y muy clara distinción, podemos y debemos tener opiniones sobre sucesos, criterios sobre eventos y posturas frente a situaciones, las cuales pueden ser muy firmes y contundentes, pero ello no implica ni requiere que incluyamos un juicio de valor sobre la persona que en nuestro criterio cometió el error o la falta. Opinamos sobre sucesos, sobre hechos, pero no necesitamos hacerlo sobre personas.