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En el sector agrícola y el medio rural, se expresa la heterogeneidad estructural de la región y los retos del cambio estructural. El peso de la agricultura en el PIB varía entre -2% y 20% y las tasas de pobreza extrema rural, entre -1% y más de 60%. La estrategia de reproducción de muchas explotaciones y hogares agrícolas depende cada vez más del empleo rural no agrícola y de generar ingresos con actividades distintas a la agricultura. Esto cuestiona la tradicional asimilación de lo rural con lo agrícola (y viceversa) y requiere de nuevas políticas para promover el desarrollo de microempresas de servicios o de transformación que, junto con las actividades agrícolas, potencien el desarrollo económico de los espacios rurales.
La previsión de una población mundial de 9.000 millones al 2050, el cambio climático y la creciente presión sobre los recursos naturales, así como la necesidad de mayor igualdad social y de inserción en una sociedad de alta complejidad, hacen necesario pensar a la agricultura regional como un sistema de producción unificado e integrado. Este proceso ya se observa en muchos países y cadenas agroindustriales, configurando una tendencia que puede llegar a manifestarse en toda la región. Todos los países avanzan buscando mayor eficiencia: los recursos son escasos y los desafíos, grandes. Esto obliga a perfeccionar las políticas sectoriales y a diseñar esquemas que reduzcan las asimetrías entre los actores, respondiendo a los requerimientos de los mercados y de las sociedades