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Respuesta:
El clima es definido tradicionalmente como el promedio de largo plazo de las
variables meteorológicas (temperatura, precipitación, humedad, vientos, etc.)
en una región. El clima es determinado por la circulación atmosférica de gran
escala y la geografía; a su vez, el clima define en gran parte los ecosistemas y
los emprendimientos humanos que se desarrollan en una región,
especialmente las actividades agrícolas y forestales. Formalmente el “largo
plazo” corresponde a una ventana de 30 años de duración al interior de la cual
puede existir considerable variabilidad interanual (asociada, por ejemplo, al
fenómeno de El Niño – Oscilación del Sur) superpuesta en el ciclo medio
anual. Cuando se examinan registros atmosféricos prolongados (observados
directamente o inferidos de registros ambientales) resulta evidente que el
clima también cambia en forma significativa en escalas de tiempo de siglos a
cientos de miles de años. La mayoría de estos cambios climáticos obedecen a
factores naturales, incluyendo la inestabilidad interna del sistema atmósfera‐
océanos‐criósfera, cambios en el forzante solar debidos a pequeñas
desviaciones en la geometría orbital del planeta, cambios de la composición de
la atmósfera debido al volcanismo y otros procesos superficiales, y cambios en
la configuración continental del planeta debido a la tectónica de placas.
El cambio climático que abordamos en esta presentación corresponde a los
cambios del sistema climático debido al incremento de la concentración de
gases con efecto invernadero (GEI, gases con gran capacidad de absorber la
radiación emitida por la superficie del planeta) como consecuencia directa de
la quema de combustible fósiles y otras actividades antropogénicas. Se debería
hablar en rigor de “cambio climático debido a incremento de efecto
invernadero de origen antropogénico” pero de ahora en adelante sólo lo
llamaremos “cambio climático”. La inyección de estos GEI, especialmente el
dióxido de carbono (CO2), comenzó a ser significativa a mediados del siglo
XIX debido al proceso de industrialización. En la actualidad, la concentración
promedio de CO2 alcanza unas 360 partes por millón (ppm), un 30% por
encima del valor preindustrial de 280 ppm. Evidencias paleo‐ambientales
indican que la concentración de CO2 se mantuvo muy cercana a los 280 ppm
durante los últimos 700.000 años. La taza actual de aumento del CO2 en la
atmósfera es pronunciada, y se proyecta que dentro de las próximas dos
décadas se duplicara el valor preindustrial.
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El problema
El cambio climático es el mal de nuestro tiempo y sus consecuencias pueden ser devastadoras si no reducimos drásticamente la dependencia de los combustibles fósiles y las emisiones de gases de efecto invernadero. De hecho, los impactos del cambio climático ya son perceptibles y quedan puestos en evidencia por datos como:
La temperatura media mundial ha aumentado ya 1,1°C desde la época preindustrial
El período 2015-2019, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), será probablemente el quinquenio más cálido jamás registrado
La tasa de subida del nivel del mar ha ascendido a 5 mm al año en el quinquenio 2014 -2019
Pero hoy también estamos viendo los impactos económicos y sociales, que serán cada vez más graves, como:
Daños en las cosechas y en la producción alimentaria
Las sequías
Los riesgos en la salud
Los fenómenos meteorológicos extremos, como danas, tormentas y huracanes
Mega-incendios
En los peores escenarios probables que los expertos reflejan, el aumento de temperatura podría llegar a los 4,8 ºC para final de siglo. El cambio climático es un problema global que alcanza una perspectiva ambiental, política, económica y social en la que las peores previsiones también implican enormes pérdidas económicas. Y es que cuanto más tardemos en actuar, mucho más elevadas serán las inversiones para la adaptación al aumento de la temperatura.
El 79% de las emisiones de gases de efecto invernadero en la Unión Europea son debidas a la quema de combustibles para usos energéticos o de transporte, según datos de Eurostat.
Todavía en 2017, el 91% de la energía usada en España provenía de fuentes no renovables como combustibles fósiles o energía nuclear. De hecho España, junto con otros cinco países de la Unión Europea, acumulan alrededor del 70% de todos los gases de efecto invernadero del continente.
La solución
El sector energético, debido a su uso de energías sucias —petróleo, carbón y gas—, es uno de los mayores contribuidores al calentamiento global. Unas 90 empresas son responsables de casi las dos terceras partes de las emisiones mundiales. En España, las grandes eléctricas —Endesa, Iberdrola, Naturgy, EDP y Viesgo— siguen generando buena parte de su electricidad usando fuentes no renovables, por eso trabajamos para que este modelo insostenible cambie y se acelere la transición a un sistema energético eficiente, inteligente, 100% renovable y democrático.
La revolución energética en manos de la ciudadanía es el camino: con las energías renovables se conseguirán paliar los efectos del cambio climático y lograr una eficiencia energética que generará puestos de trabajo y reducirá los costes de electricidad. Necesitamos prescindir de los combustibles contaminantes y de la energía nuclear y aumentar la participación de la ciudadanía para que se beneficie de la transición renovable.
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