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Las Tierras semi-áridas constituyen un ambiente natural de baja productividad, donde el agua suele ser el principal factor limitante para la producción biológica. .
Al superar los factores limitantes económica y técnicamente - las tierras áridas pueden volverse moderadamente productivas. Sin embargo, bajo sistemas de producción intensiva requieren de manejo cuidadoso, puesto que sus suelos son altamente propensos a la salinización, alcalización, saturación con agua, y erosión por la acción del viento y el agua.
Estas tierras son particularmente sensibles a la amenaza a la producción agrícola proveniente de plagas de insectos (es decir, langostas, saltamontes, etc.), especialmente donde se reduce el valor del control natural de las plagas, propio de la temporada seca, en el caso que se intervenga con la implantación de sistemas de riego.
Las tierras áridas del mundo en vías de desarrollo, incluyendo las tierras que reciben una precipitación anual promedio a largo plazo de entre 200 y 1000 mm, albergan a unos 550 millones de personas, muchas de las cuales se encuentran entre los grupos más pobres y vulnerables.
La reciente degradación y hambruna en las tierras áridas, en conjunto con frecuentes problemas económicos, físicos y de salud en los principales planes de riego implantados hace décadas, han demostrado la dificultad que implica el establecimiento de mecanismos adecuados de desarrollo y la necesidad de acciones concertadas que contemplen la totalidad de las variables ambientales. Sin embargo, las tierras áridas y semiáridas se han mantenido notablemente adaptables a través de las generaciones, produciendo magníficas civilizaciones, así como una indecible miseria humana.
Las hambrunas de las últimas generaciones en China, la India y recientemente en África, han revelado la fragilidad de estas áreas ambientalmente marginadas. Aunque la media indica que se han concentrado la hambruna en las áreas más afectadas, se ha puesto poca atención en los ambientes menos marginados y potencialmente más productivos. La evidencia reciente sugiere que el impacto ambiental de las crecientes poblaciones y sus necesidades de comida, energía y agua, puede a la larga resultar más aguda en las áreas más productivas que en las más secas.
Ha habido mucha confusión en las principales instituciones internacionales y la comunidad donante en general en cuanto a cómo apoyar mejor el desarrollo de las tierras áridas y semiáridas. Mientras que algunos sostienen que la inversión en las tierras áridas representa bajos retornos, un riesgo económico inaceptable, y un potencial aumento en la deuda externa de los países prestatarios, otros enfatizan la necesidad de evitar las recientes hambrunas. Es importante considerar las consecuencias de los costos económicos (de oportunidad) de no hacer nada.
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