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Durante la última década, los países de América Latina y el Caribe se han beneficiado de un crecimiento dinámico, alcanzando un progreso significativo en la esfera social. La mayoría de las sociedades de la región le han dado prioridad a la necesidad de igualdad en sus agendas de desarrollo social. Como resultado, la pobreza y la inequidad han disminuido.
Estas tendencias positivas han sido el resultado de una combinación de factores: un contexto externo favorable; más políticas macro-económicas sensatas; mejores condiciones en el mercado laboral, apoyadas por políticas laborales y de capacitación fortalecidas; gasto social aumentado y sostenido e iniciativas sociales innovadoras guiadas por los gobiernos, sobre todo con la expansión de programas de transferencia condicional de efectivo (CCT, por sus siglas en inglés).
Como resultado, una parte significativa de la población de esta región se ha levantado de la pobreza y beneficiado de un mejor acceso a una canasta más diversa de productos de consumo privado. Este movimiento es extremadamente positivo y varias instituciones y observadores lo han definido como el surgimiento de una "nueva clase media latinoamericana". A pesar de que esto es verdad hasta cierto punto, la Comisión Económica para Latinoamérica y el Caribe (ECLAC, por sus siglas en inglés), de las Naciones Unidas, ha enfatizado algunas observaciones cautelares.
Para comenzar, muchas personas viven apenas por encima de la línea de pobreza y siguen vulnerables a caer de nuevo en la pobreza a consecuencia de alguna conmoción externa, por ejemplo, un aumento en los precios de alimentos o energía. Además, a pesar de que pueden tener acceso a una variedad más amplia de productos, no siempre se trata de servicios clave como la educación, la salud, la seguridad ciudadana, el transporte público, etc.