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Respuesta:Vivimos tiempos complicados para la educación. Nos faltan infinidad de cosas: profesores, recursos económicos y materiales, tiempo para abarcarlo todo y, por qué no decirlo, quizá ilusión y ganas de hacer cosas. Al mismo tiempo parecemos empeñados en dejar inutilizado algo con un extraordinario potencial educativo: el irrefrenable afán juvenil por compartir.
Son tiempos de redes sociales, y proliferan como setas las webs y blogs en los que aficionados a cualquier cosa comparten pasiones, manías e incluso odios. Los jóvenes se vuelven locos por hacer partícipes a sus amigos de sus actividades, sus planes, sus fiestas, sus fotos, sus expectativas, sus amores e incluso sus motivos de tristeza. Todo se ha vuelto compartible.
¿Y qué hacemos los adultos? ¿Quedarnos estupefactos, fruncir el ceño y ver pasar todo esto como lejanas extravagancias? ¿Y los centros escolares? ¿Es inteligente que se queden observando el fenómeno desde lejos o lo sería mucho más aprovecharlo en beneficio de los estudiantes? ¿Porqué no valerse de este enorme potencial colaborativo para fines más útiles y desafiantes desde el punto de vista formativo?
Dice un refrán inglés: “To teach is to learn twice” (“Enseñar es aprender dos veces”). Pues bien, el aprendizaje entre compañeros (“peer learning” o aprendizaje entre iguales, en la jerga especializada) tiene una larga tradición. Consiste en adquirir conocimientos y desarrollar habilidades mediante la ayuda activa y el apoyo de compañeros de igual o similar nivel o estatus. Es decir, se trata de ayudar a los demás a aprender y, en este proceso, aprender también uno mismo.