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El décimo día del octavo mes del año señalado como el aniversario de la Independencia del Ecuador en alusión al hecho sucedido el 10 de Agosto de 1809 en la ciudad de Quito, no fue un movimiento de emancipación sino un acto de adhesión de condes y marqueses de la nobleza quiteña, en apoyo del rey español Fernando VII, quien se encontraba cautivo del emperador Napoleón Bonaparte a consecuencia de la invasión francesa al territorio de la Península Ibérica el 5 de abril de 1808.
Aquellos que no eran parte de la nobleza quiteña, ellos sí auténticos próceres, profesaban ideas libertadoras; fieles a sus convicciones fueron asesinados el 2 de agosto de 1810, traicionados por condes y marqueses que no creían en la emancipación de la entonces Audiencia de Quito, sino en el tutelaje real de Fernando VII y la corona española. De allí que en su segunda estrofa nuestro himno nacional exalta la importancia y trascendencia del 2 de agosto de 1810 en la historia de nuestra patria. Debo desmitificar la conmemoración de la fecha de nuestra Independencia, teniendo en cuenta que el inicio de la misma lo marca el 9 de Octubre de 1820, cuando Guayaquil se convierte en aurora gloriosa de libertad; siendo la consecuencia inmediata de este hecho la batalla final librada en las faldas del Pichincha el 24 de mayo de 1822. Preparémonos para exaltar con gran júbilo cívico y patriótico el bicentenario de los dos hechos que se constituyen en el inicio y la culminación de la Independencia del Ecuador. (O)
Alberto Lucero Avilés, doctor en Jurisprudencia, Guayaquil
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