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De acuerdo con las lecturas, no podemos dar un significado definitivo a poesía. Podemos sentirla, sentir cuando algo es poético. Y eso debe bastarnos para definirla. Incluso a los lectores que decimos que no nos gusta la poesía, o que no la entendemos, cuando algo nos conmueve, una de las primeras palabras para tratar de describir ese algo, es: “poético”.
Cortázar nos dice que “la poesía es eso que se queda fuera, cuando hemos terminado de definir la poesía. Creo que esa misma definición podría aplicarse en lo fantástico[1]”.
En la “Última vuelta”, de Samantha Shewblin, encontramos la unión de lo poético y lo fantástico. Empieza con una introducción de cuento infantil, que se va convirtiendo en algo más trágico a partir de: “Pregunta si la quiero. Digo que sí. Pregunta si vamos a vivir juntas para siempre”[2]. Ahí nuestra mente de lector sensible empieza a abrirse a los posibles sentimientos que vengan a hacernos llorar. Al instante nos enteramos que la protagonista y su hermana Julia, desde la calesita, no encuentran a su mamá. Qué manera directa de llevarnos a la identificación. La mayoría de las personas entendemos eso de no encontrar a nuestra madre, poniéndonos en un contexto de vueltas y personas desconocidas, incomodándonos, en nuestro caballo que es lo único que nos hace feliz, y el entorno nos dice que nos tenemos que ir, que bajar. No queremos, pero la niña-anciana lo debe hacer.
“El carrusel se detiene”, “me preocupa no ver a mamá”[3], son los momentos claves donde la niña se va transformando. Cuando apenas baja para ceder su lugar, otro niño lo ocupa, cuando apenas se da cuenta que bajó, en un segundo pasó toda su vida. Tomando la calesita como vida, y el caballo como infancia, encontramos los opuestos vida/muerte:
“Acaricio la piel cálida, fuerte de mi caballo”[4]/ “La abuela de los hermanos (…) Está helada y es tan flaca”, “Caigo al piso de tierra y creo que ella cae conmigo” (momento de fusión niña-anciana), “Siento frío”, “así inmóvil”, “huesos”[5].
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