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Nos ayuda en el quehacer diario ya que podemos incentivar a nuestra mente a través del cuestionamiento y las dudas y conseguir mejores resultados sobre nuestros inconvenientes o las cosas que deseamos lograr.
Cuestiones universales tan primordiales que atañen al ser humano desde su base como ser con conciencia de su propia existencia en el mundo.
Respuesta:
Lo lógico sería preguntar para qué sirve la filosofía, porque es la pregunta típica. Sin embargo, aquí se pregunta por la actividad de filosofar, algo que se hace así, tal cual, igual que muchas otras cosas, como ir en bicicleta, pintar una pared o dar una clase. Pelearse con alguien, preparar el equipaje, tener una cita o asistir a un evento con aperitivo incluido.
Garabatear el crucigrama de un periódico viejo mientras tomamos un café, acompañar a nuestros hijos al colegio o reunir el coraje suficiente para entrar en el supermercado a hacer la compra del mes. Incluso vaciar los bolsillos y sacarnos los zapatos y el cinturón antes de pasar por el control de seguridad en el aeropuerto.
No es algo mítico ni siquiera heroico
Filosofar se hace al estilo de todo lo demás. No es algo mítico ni siquiera heroico. Tampoco es nuestra salvación, no sirve para encontrar el sentido del mundo diario que nos rodea. Las actividades cotidianas acaban por parecer un poco raras de tan frecuentes. Terminan por gastarse. Entre tanta cotidianidad, uno se pregunta dónde fue a parar lo que una vez fuimos, si fuimos.
Filosofar es una actividad de lo más típica. Sin embargo, en su excentricidad radica el interés de practicarla. El filósofo normalmente es un hombre: pocas mujeres son filósofas o dicen llamarse así. La mayoría de mujeres escriben o enseñan filosofía, “usan” la filosofía: ellas son las primeras en decir que se puede filosofar en contacto con la vida diaria, con las cosas típicas que se repiten una y otra vez. Por eso son tan reticentes a meterse en vericuetos metafísicos perdidos en el cielo de las ideas: no se trata de ser sino de hacer.
Tales de Mileto caminaba mirando hacia arriba, contemplando tan fijamente y asombrado los astros que no vio un hoyo en el suelo, resbaló y se cayó dentro. Una criada que pasaba por allí se puso a reír a carcajadas. El sabio estaba tan pendiente del firmamento que no se fijó por dónde caminaba, ni en la criada ni en la calle ni en los árboles ni, a lo mejor, en un perro que ladraba o un niño que lloraba.
Filosofar ocurre cuando percibimos que lo más conocido, lo más cotidiano, familiar, automático, imperceptible, surge como una falla o un terremoto
Filosofar ocurre cuando percibimos que lo más conocido, lo más cotidiano, familiar, automático, imperceptible, surge como una falla o un terremoto. Como el hoyo de Tales y la carcajada de la criada. La geología de lo cotidiano tiembla. De repente, nos damos cuenta de un detalle mínimo, que dimos siempre por sentado, una sombra, una picadura de mosquito, una irritación, un escozor, una leve molestia, una mota en el ojo, un malentendido, se instalan para perturbar la calma rutinaria, los automatismos de siempre.