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He de confesar que leí este libro más movido por un sentimiento de curiosidad que por otro motivo. Y es que la historia de esta novela corta viene acompañada de un halo de polémica que resultaba casi más atractivo que la historia en sí misma. La controversia generada fue por una cuestión de censura. Se trataba de un libro cuyos protagonistas son adolescentes y dicho libro fue prohibido en Dinamarca, país natal de la autora, por considerar que su lectura podría resultar perniciosa para un público joven que, sin duda, se sentiría atraído por la controvertida obra. Sin embargo, al mismo tiempo que era censurado en su país, el libro era objeto de todo tipo de reconocimientos, y llegó a ser un éxito de ventas en otros países como Alemania. Intrigado por el motivo de la polémica, fue como me adentré en esta curiosa historia que, tengo que admitirlo, me atrajo bastante la atención.
Los protagonistas de Nada son adolescentes, lo cual ya nos forma una idea de las actitudes que tienen a lo largo de la trama. Inconformistas, díscolos, los personajes se rebelan contra casi todo haciendo cosas que ningún adulto querría que hiciesen. Supongo que ahí es donde radica el principal punto de conflicto de esta novela que, tal vez, despliega su tesis recurriendo a unas situaciones un tanto exageradas. A cualquiera que tenga hijos no le agradaría que el suyo se comportara como los personajes de esta historia pero, en mi opinión, dicho comportamiento no pretende ser una lección de inmoralidad tal como para desaconsejar su lectura y calificarla de perniciosa y, antes al contrario, creo que el libro puede ser una interesante fuente de debate entre el público joven (y no tan joven) que se acerquen a esta historia.
Nada no es un libro realista en el sentido estricto del término. Se trata más bien de una parábola, una fábula de la que se puede extraer un mensaje que, sin duda, tendrá una lectura diferente para cada lector y, en consecuencia, podrá o no gustarnos en mayor o menor medida, y es que el tema central de la novela gira en torno al sentido de la vida.
Al comienzo del libro, un muchacho llamado Pierre Anthon, decide abandonar la escuela e instalarse en lo alto de un árbol. Un arranque que puede recordar ligeramente al de aquella conocida novela de Italo Calvino, El barón rampante, aunque en este caso el desarrollo es muy diferente. Cuando Pierre anuncia su decisión en la clase, lo hace con la siguiente sentencia, bastante demoledora:
– Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo.
Sus compañeros de escuela se sienten desconcertados cuando van a ver a Pierre a su casa y lo encuentran subido a un ciruelo, lanzándoles sus frutas para ahuyentarlos y repitiendo una y otra vez que nada importa. Para sus amigos los argumentos que Pierre esgrime son inadmisibles, pero como son incapaces de hallar una refutación convincente, se reúnen para acordar la manera en que pueden persuadir a Pierre de que sus tesis carecen de fundamento y conseguir que se baje del árbol y cambie de actitud.
El desarrollo de la historia está narrado en primera persona por Agnes, una de las compañeras del colegio de Pierre. Hay que decir que aunque sea ella la que toma la palabra no es porque sea un personaje más relevante, ni porque lidere el grupo de amigos. Cada uno de los chicos y chicas que integran el grupo tienen sus propias peculiaridades, aunque ninguno es más o menos importante que el resto. El caso es que el grupo de amigos decide que hay que demostrarle a Pierre que está equivocado, y que en la vida sí que hay cosas con sentido o, como se repite empleando un término sinónimo, cosas con significado. La manera que se les ocurre para demostrárselo y vencer su obstinado nihilismo es conseguir apilar un montón de cosas que signifiquen mucho para ellos y mostrárselas. Ese montón de significado le demostrará a Pierre que hay cosas que sí importan, que merece la pena hacer algo en la vida por ellas y que, en consecuencia, que la vida puede tener sentido si nos esforzamos en encontrárselo.
A partir de esa premisa, los muchachos se adentran en una espiral de retorcimiento y crueldad que, si bien comienza pareciendo una mera chiquillería, propia de niños de su edad, va adquiriendo, a medida que avanza, un tinte más dramático y violento.