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El cuento transcurre en un espacio acotado, un hotel al que suelen concurrir viajantes de comercio. Todo hace pensar que el protagonista es un huésped o bien un residente fijo del hotel, y el enigma se centra en la extraña aparición de una valija, sola, en medio de un pasillo, en el ascensor. El personaje se pregunta por la identidad del dueño de la valija, y por las razones que explicarían su inaudita y repentina aparición. La aparición de la valija sin dueño en el pasillo, en el ascensor, se transforma en fuente de desasosiego y temor para el personaje.
Sin decirlo explícitamente, pero con suficientes indicios, la narración traslada el enigma de la valija y su aparición inaudita hacia la identidad del personaje. La explicación es de índole sobrenatural, ese personaje ya no es de este mundo, pero son los silencios de la narración y la resignificación de los elementos del cuento a partir del desenlace, los que otorgan esa cuota de sorpresa propia del fantástico.
Pablo de Santis
Se había acostumbrado al ritmo del hotel. En esa época del año las noches eran tranquilas, porque no había turismo y los viajantes llegaban siempre durante el día. Se sentía muy alejado de la vida de los viajantes, siempre en camino, siempre con la ilusión de que en la próxima ciudad, o en el próximo pueblo, los esperaba la suerte que hasta ahora se les había negado. Aprovechaba las noches para pasear por el hotel.
Recorría los pasillos desiertos, subía y bajaba en el ascensor. Pero la tranquilidad se interrumpió cuando apareció la valija. Ya la primera vez que la vio -sola, en medio de un pasillo- le produjo un inexplicable desasosiego. Estuvo tentado de abrirla, pero se contuvo.
Era una valija de cuero, algo ajada. Como la mayoría de los pasajeros del hotel eran hombres, supuso que era la valija de un hombre. Mientras miraba, por la ventana del hotel, el camino que llevaba a la ciudad, pensaba en la valija. Tal vez la había olvidado alguien mucho tiempo atrás, y los muchachos del hotel la habían sacado del sótano para hacer una broma.
Quizás bastaba abrir la valija para saber cómo era. Las cosas que uno pone en una valija son como el resumen de una vida. Una noche oyó el ascensor que bajaba hacia él. Cuando abrió la puerta, no había nadie, pero allí estaba, por tercera vez, la valija.
Volvió a sentir el desasosiego, el temor. Ya era hora de abrirla. Había una navaja de afeitar, una novela policial, un frasco azul, vacío. Reconoció el frasco azul, y recordó el sabor del veneno que había tomado de un trago, por motivos que ahora le parecían ajenos.
Salió a la madrugada, a la hora que eligen los viajantes cuando tienen mucho camino por recorrer, Y aunque le pareció que no lo iba a necesitar, llevó consigo el equipaje.