Capítulo III
Defensa de la propia alabanza
Pues bien: yo no considero sabios a los que
creen que alabarse a sí mismos es la mayor
de las necedades y de las insolencias. Sea
necio, si así lo prefieren con tal que se reconozca
que esta necedad está muy puesta en su lugar.
¿Hay, en efecto, cosa más natural que el que
la necedad entone sus propias alabanzas y se
dé bombo a sí misma? ¿Quién puede darme a
conocer mejor que yo? A no ser que por casualidad
se encuentre entre vosotros alguno que me
conozca mejor que yo. De esta manera me parece
que doy pruebas de ser más modesta que
esos hombres a los que el vulgo llama grandes
y sabios, y que, depuesto todo pudor, suelen sobornar
a un retórico adulón o a un poeta parlanchín
y le ponen a sueldo para oírle recitar sus
alabanzas, que no son más que purísimas mentiras,
lo cual no impide que el elogiado, afectando
humildad, haga la rueda y yerga la cresta a la
manera de un pavo, mientras el impúdico
adulador coloca a aquella nulidad al nivel de los
dioses y la presenta como un perfecto modelo
de todas las virtudes, sin reparar en que dista
más de ellas que la luna de la tierra, ni en que su
empresa sea algo así como adornar una corneja
con plumas ajenas o blanquear a un etíope, o
convertir a una mosca en elefante. En fin, yo me
atengo a aquel proverbio que dice: “Con razón
se alaba a si mismo quien no encuentra nadie
que le alabe”.
Por lo cual, declaro con toda franqueza que
no sé si admirar más la ingratitud o la indolencia
de los hombres para conmigo, pues, aunque
todos me festejen asiduamente y todos reciban
con placer mis beneficios, jamás ha habido uno
solo a quien se le haya ocurrido cantar en un
agradable discurso las alabanzas de la Necedad,
mientras que no han faltado quienes hayan ensalzado,
a costa de su aceite y de su sueño, con
elogios bien compuestos, a los busiris, a los falaris,
a las cuartanas, a las moscas, a la calvicie
y a otras calamidades por el estilo.
Vais, pues, a oír de mis labios un discurso, el
cual, por ser precisamente improvisado y poco
trabajado, será más verdadero.
Busiris es un rey legendario egipcio que torturaba y mataba a todos los extranjeros que entraban en Egipto.
Falaris es un tirano que asaba a todas sus víctimas, cuyo
encomio fue escrito por Luciano.
Erasmo de Rotterdam. Tomado de Elogio de la locura, España,
Editorial Aguilar, 1970.
1. ¿Cuál crees que es la intención del autor?
A. Describir la estructura, organización y costumbres de la sociedad ideal.
B. Hacer una crítica a la estructura eclesiástica de la época.
C. Presentar los infortunios de la nobleza.
D. Narrar una historia irreal y adelantada para su tiempo.
JUSTIFICA
2. ¿Qué características de la literatura renacentista observas en la obra de Erasmo de Rotterdam? Argumenta tu respuesta.
3. ¿Cuál es la principal diferencia entre la literatura del Barroco y la del Neoclasicismo?
Respuestas
Respuesta dada por:
1
Respuesta:
1. D. narrar una historia irreal y adelantada para su tiempo.
2. visión antropocéntrica y expresión clara y sencilla, pq el autor a la hora de escribir tenía una visión más allá de su tiempo y la comprensión del texto es legible y entendible al interpretar el mensaje.
3. que en el arte barroco se buscaba representar las pasiones internas del ser humano y el neoclasicismo se basaba en la ciencia y era procedente de la ilustración.
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