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El siglo empieza con la literatura romántica iniciada anteriormente con el movimiento Sturm und Drang. Se empieza a mirar hacia atrás, hacia un pasado idealizado donde residen las raíces nacionales, y así se cultivará la novela histórica, como por ejemplo la obra Wilhelm Tell de Friedrich Schiller. En la misma línea comienza una recuperación de la literatura oral y del folklore local.
Madame de Staël retratada por Vigée Lebrun (1808).
Es igualmente una época de triunfo del sentimentalismo, contra la razón ilustrada precedente, como prueban obras como Atala de François-René de Chateaubriand. Una figura destacada del romanticismo de principios del siglo es Madame de Staël, responsable de poner de moda a este estilo tanto en Francia como en España con obras como Delphine.
Los protagonistas románticos son individuos trágicos, que luchan contra su destino (como en el teatro de Heinrich von Kleist) y contra las convenciones sociales burguesas que les impiden ser felices. Abundan los finales desgraciados en las obras en los tres géneros, donde se canta un amor no correspondido o de corta duración.
Sin embargo, el triunfo romántico no hace desaparecer del todo los cánones neoclásicos, como demuestra la publicación en 1806 de la obra El sí de las niñas de Leandro Fernández de Moratín.
Aumenta el número de personas alfabetizadas y por tanto la masa potencial de lectores, incluyendo por primera vez las clases populares, con la aparición de campañas de escolarización y la proliferación de bibliotecas públicas y nacionales, como la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Estos nuevos públicos demandan una literatura ágil y rica en emociones que será la norma entre los autores de éxito, lejos de los cultismos y las referencias grecolatinas vigentes en periodos anteriores.
De 1810 a 1819[editar]
Esta década ve consolidarse las tendencias de la década precedente. Por un lado, la novela histórica mira hacia la Edad Media, una de las características diferenciadoras de este momento, como sucede por ejemplo en las obras de Walter Scott, como Rob Roy (1817). Por otra parte, la recuperación de relatos y cuentos populares inicia una literatura infantil propiamente dicha, como las recopilaciones de los Hermanos Grimm. El amor es el tema central de todas las obras publicadas en esta época, un amor que vive aventuras antes del reencuentro de la pareja o de su muerte trágica. El nuevo prototipo de amante es el fijado por Adolphe, de Henri-Benjamin Constant de Rebecque. Incluso los autores que reniegan del romanticismo clásico, como Jane Austen, hacen de las relaciones sentimentales el centro de sus libros, como por ejemplo en Sentido y sensibilidad.
Un rasgo destacable de esta literatura es el gusto por personajes marginales, vistos como rebeldes y auténticos, como el héroe de El corsario de Lord Byron. Estos protagonistas combinan la elegancia y la pasión con un punto de malditismo, incluso demoníaco, o bien se mueven por ambientes exóticos, como el poema Kubla Khan de Samuel Taylor Coleridge. Lo importante es huir de la rutina y de la sociedad industrial. Por eso empiezan a ser atractivos los monstruos, que ya no son únicamente los malos que hay que asesinar, sino personajes complejos, como Frankenstein de Mary Shelley que se convirtió en un icono de la novela gótica.1 Así se inició el triunfo de la literatura de terror, con éxitos como El vampiro de John William Polidori.
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ahi esta maigo espero que te pueda ayudar