Hola me ayudan porfa escribe una historia real de migración​

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Respuesta dada por: karlinaortiz680
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Es de una amiga:

En su país había pobreza y guerra toda la gente peleaba y no llegaba ayuda

Con lo poco que tenían se mudaron a una pequeña casa en Ecuador

El cambio fue grande en la actitud de la niña sus padres y sus hermanos al ver que en el país tenían mejores oportunidades

Respuesta dada por: mika4861
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Edwin Daniel Sabillon, un chico hondureño de 13 años, había llegado a Nueva York el domingo último, después de recorrer más de 5000 kilómetros a través de selvas, montañas y ríos y burlar la aduana de tres países, en busca de su padre.

Según contó, su madre y su hermano murieron cuando el huracán Mitch arrasó con el barrio de Colonia San Miguel, donde habitaban, en las afueras de Tegucigalpa. Cuando las aguas descendieron, Edwin se embarcó en un periplo que duró -dijo- 37 días para reunirse con su padre, Grevi Sabillón Vázquez, quien presuntamente vivía en Nueva York.

Llevaba una muda de ropa en una bolsa de papel y 24 dólares en el bolsillo junto a una carta de su padre, en la que éste le indicaba que lo esperaría durante tres días seguidos, entre el 25 y el 27 de junio, "junto al puente" del aeropuerto La Guardia.

El domingo por la noche, un taxista dominicano se enterneció cuando Edwin, visiblemente desconcertado sobre el puente que cruza la autopista Major Deegan, en el Bronx, se le acercó para preguntarle si podía llevarlo a La Guardia. Después de dar varias vueltas en vano por el aeropuerto, el taxista lo entregó a la policía, que le encontró un lugar para que pasara la noche.

Una furtiva lágrima

La historia de Edwin conmovió al país. Su fotografía apareció en la tapa de los principales diarios junto a mapas que reconstruían su travesía y la televisión contó y recontó sus aventuras.

De todas partes llovieron llamadas de gente ansiosa por donar dinero. La policía lo abarrotó de hamburguesas y de helados y el taxista que lo recogió en el Bronx anunció que se proponía adoptarlo. El Departamento de Inmigración declaró que buscaría la manera de que Edwin pudiese quedarse en los Estados Unidos y también su padre, si resultaba que se trataba de un inmigrante ilegal.

Hasta el duro intendente de Nueva York, Rudolph Giuliani, derramó una furtiva lágrima cuando proclamó que Edwin "se encuentra en una ciudad que aprecia y valora la inmigración, de modo que puede sentirse tranquilo aquí", e instó al padre del niño a hacerse presente.

Pero el martes, la versión de Edwin comenzó a hacer agua. En Honduras, su abuela, Paula Vázquez Hernández, declaró que estaba pasmada con el cuento que había inventado su nieto. La madre del muchacho vivía en el norte del país y no había muerto en ningún huracán. Se había separado del niño cuando éste tenía tres meses y el chico había crecido en casa de sus abuelos paternos.

El padre de Edwin, por otra parte, nunca había vivido en Nueva York. Se había marchado a Miami ocho años atrás, había trabajado en la construcción y solía mandarle dinero regularmente, hasta que el año pasado descubrió que estaba enfermo de SIDA y regresó a Honduras, donde murió el 11 de noviembre último.

Tras la muerte de su padre, el chico se mudó a Miami, donde desde hacía dos años vivía con una tía en Hialeah. La tía declaró a la prensa que Edwin era un chico rebelde, no quería estudiar y quería marcharse a vivir por su cuenta.

Si el inesperado final de la novela de Edwin frustró la repentina eclosión de amor de los norteamericanos por los inmigrantes, una historia de tenor bien diferente se desarrollaba simultáneamente a unos 1700 kilómetros de allí, sobre las calientes aguas del golfo de México.

Desde Cuba hasta Miami

Seis balseros escapados de Cuba y a punto de alcanzar la costa de Miami fueron vistos por efectivos de la guardia costera. Como las leyes establecen que aquellos cubanos que logran poner un pie en territorio norteamericano pueden ampararse en el Acta de Inmigración Cubana y tienen derecho a permanecer en el país, mientras que los que son interceptados en alta mar son repatriados a Cuba, los balseros se lanzaron al agua, tratando desesperadamente de ganar la playa.

En una insólita cacería que se desarrolló frente a las cámaras de la televisión, los miembros de la guardia costera utilizaron mangueras de alta presión y gas de pimienta para impedir que los balseros alcanzaran su objetivo.

Dos lo lograron y emergieron triunfantes, en medio de los vítores de la multitud que se había juntado en la playa; los cuatro restantes fueron apresados y conducidos a un centro de detención.

Tras tres días de manifestaciones y protestas, sumados al rechazo más o menos general por los métodos desplegados para capturar a los balseros, el Departamento de Inmigración finalmente cedió, permitiendo que los cubanos permanezcan en los Estados Unidos.

Desde su solitaria residencia en la minúscula isla de New York Habor, la Estatua de la Libertad debe observar con cierto embarazo estos sucesos, al compararlos con el espíritu de los versos dejados a sus pies por la poeta Emma Lazarus: "Dadme a vuestras cansadas, vuestras empobrecidas, vuestras apiñadas masas ansiosas de respirar en libertad, los desdichados desechos de vuestras fecundas costas.

Enviadme a aquellos, a los sin hogar, a los arrojados por la tempestad. Levantaré mi lámpara junto a la puerta dorada."

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